El problema del aborto se trata más que una discusión sobre los que se dicen estar “A favor de la vida”[1] y de los que están por definición negativa “En contra de la vida”. Y es que hasta ahora, hemos querido taparnos los ojos frente a lo que detrás subyace. A saber, la marginación social de las mujeres. Una cultura machista a ultranza que se sigue negando a reconocer una igualdad de género. Una falta de formación humana, que debilita al interior a las familias. Ahora bien, es un asunto bastante complejo. Pues se entremezclan intereses políticos, sobre todo al hablar de la competencia del asunto.
Por un lado
Lo cierto es que lo anterior es sólo el inicio del debate. Pues aún queda por abordar el punto más “escabroso” del tema. Y que se trata sobre la “fundamentación de la formación de un ser humano” que aunque suene muy medieval, pareciera que no tendría porque entrar en controversia. Pues a pesar de que la ciencia ha llegado a niveles tan profundos en su que hacer. Tendríamos que recordar que la visión de ésta es muy corta respecto a sus objetos de estudio. Ya que ésta se caracteriza por ser un conocimiento fragmentado que delimita sus campos de estudio. Y que desde el positivismo a pretendido “encerrar” todo conocimiento en el método de las Ciencias Naturales (físico-matemático) negándole la entrada a otro tipo de verdad. Por lo cual una discusión bajo esos supuestos resultará ociosa. Lo mismo sucedería con respecto a los argumentos teológicos. Lo que no significa que haya que despojarlos de validez. Pero si tendremos que tomar en cuenta que se trata de argumentos que tienden a polarizar el diálogo.
Digamos que ambos argumentos se requieren mutuamente -o sería deseable que se integraran mutuamente- para dar una lectura más lúcida. De manera que al otorgarle una mirada más global a los estudios científicos se reconocieran ciertas verdades sobre la vida humana que no pueden ser socavadas, sólo por políticas de control de natalidad o por visiones reduccionistas que ponderan el avance científico por encima del bienestar y cuidado de la vida. Así de igual manera el discurso teológico debe tomar como punto de partida las realidades del mundo, a saber, lo que la ciencia estudia. Y no referirnos sin más a “estatutos divinos” que aunque son integrales pareciera que siguen dividiendo la realidad.
Ahora bien, también habrá que decir que hemos sido testigos de que la discusión sobre el tema del aborto en
Como se alcanza a ver este asunto es de tal envergadura que requiere una gama de acciones a instrumentar. Para empezar y como se mencionó a principio es necesario abordar los rezagos sobre todo culturales y sociales en que se encuentran las mujeres por su condición de género. Por ejemplo, según las investigaciones al respecto, “la mujer ha obtenido notables avances educativos —reflejados en sus altas tasas de matrícula y sus muy crecientes promedios de años de estudio—”[2].
Sin embargo, se constata que:
“la mayoría de los niños latinoamericanos son concebidos y criados por madres que no superaron la educación primaria y cuyo nivel de fecundidad generalmente duplica el de las mujeres con educación media y alta. En suma, los sectores más pobres de los países de la región son los que cargan con el grueso de la constitución de los nuevos hogares y, por ende, de la reproducción biológica y social. En cambio, las mujeres no pobres —y, en particular, aquellas que acumularon activos que permiten generar expectativas razonables de acceso a las estructuras de oportunidades de la modernidad—postergan su emancipación y ajustan su fecundidad a niveles compatibles con su creciente participación en la actividad económica y con los costos de una socialización que brinde a sus hijos un futuro similar o mejor al que ellas alcanzaron. Lo anterior significa que las sociedades se están privando de buena parte de la contribución potencial de quienes acumularon mayores recursos (físicos, humanos y capital social), al perfil de las nuevas generaciones. Como contrapartida, la mayor parte de los niños nacen y crecen en hogares con una relativamente menor capacidad de socialización.”[3]
Como podemos darnos cuenta, lo anterior tendría que llevar a los gobiernos a comenzar a trabajar en una política sociodemográfica dirigida a combatir tal inequidad social –de entrada-. De manera que se proporcione la atención de la salud sexual y reproductiva. La cual al quedar sujeta a la libre decisión de los individuos, se adaptada a sus necesidades e intereses sobre todo en los adolescentes y jóvenes.
Por otro lado, se tendrían que favorecer nuevos proyectos de vida. Que faciliten un ingreso oportuno y apropiado al mercado de trabajo y a la formación de hogares, permitiendo que los sujetos acumulen recursos que les favorezcan el enfrentar en mejores condiciones las incertidumbres del mundo contemporáneo. Y auque suene a “píldora de la abuela” es necesario generar una toma de conciencia amplia y profunda sobre la importancia del problema, incorporándolo como un tono siempre presente en la orientación y diseño de las políticas de educación, empleo y vivienda, sobre todo dirigidas específicamente a la adolescencia y la juventud.
Como constatamos no es una tarea fácil que se aborde de una vez por todas, sino como ya se va viendo tiene muchas aristas que por ahora supongo escapan a la vista, y de las cuáles se tendrá que ir con la lupa en un estudio más detallado.
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