Hay que apuntar que la reducción de instintos en el hombre, le ofreció una amplitud de especie, que ningún otro ser vivo sobre la tierra posee. Una brecha de posibilidades que hacen del hombre una criatura con potenciales más allá de lo simplemente natural o físico, entendido como este desarrollo de procesos químicos y orgánicos. Más bien, se presenta un panorama de desarrollo que hasta ahora el propio hombre no ha descubierto en su totalidad. Sin embargo, como en el anterior caso, toda esta amplitud y capacidad de flexibilidad, inauguran un panorama incierto y susceptible de indefinición, pero sobre todo como posibilidad, como aquello que es propio de ese ser vivo que trascendió lo biológico; la conciencia de ser vivo y de enfrentar una realidad que le era intensa y que por lo tanto necesitaba de un plus que le asegurara la supervivencia a un estilo propio, creando su mundo, un mundo distinto del que había surgido.
El hombre es un “ser de realidades”. Su condición, su apertura lo hace estar en la realidad de manera dinámica y dialógica. El hombre es un “ser ético” y en ello se juega su capacidad de apropiarse posibilidades que lo desarrollen en relación con su mundo.
El hombre se apropia de “lo que esta ahí” y que constituye el bien o el mal en cuanto conviene a él. De esta manera el bien es el convenir a la realización del hombre, lo que en sí ayuda a dicha realización (bien objetivo). Este dinamismo se da en el hombre en el sentido que apunta a su llamamiento a ser humano; y en la realidad en cuanto es el lugar de las posibilidades de vida que ofrecen el desarrollo humano que se ofrecen al hombre. -La adecuación entre estas dos variables o sea el llamamiento interior y la realidad exterior es que constituyen una acción buena-
En este dinamismo, el hombre crea vínculos, puesto que lo que hace genera posibilidades para otros y para él mismo.
Este hacernos hombres entonces no es una tarea aislada sino fruto de haber contribuido al bien común, hacernos hombres ayudando otros a que lo sean.
El mal es lo contrario; la apropiación de posibilidades que cortan o inhabilitan las posibilidades de humanización o de desarrollo. Son opciones y acciones inadecuadas, y no una substancia viviente que irrumpe en nuestra vida y voluntad. Esta situación se da por error o ignorancia; la primera es producto de la satisfacción inadecuada a las necesidades humanas o su no satisfacción, provocando un desequilibrio.
Dichas acciones se convierten en caminos de responsabilidad o en caminos de frustración. El hombre puede darse cuenta del mal realizado, de aquello que pone en peligro el logro de su ser personal y entonces sentirse invitado a liberarse de ello, “reconocer para superar” (sentido de culpa); o por el contrario, hacer que estas acciones se desproporcionen y se hagan enfermizas (complejo de culpa). En todo caso, la libertad humana va más allá de cualquier condicionamiento, dejando así abierta la posibilidad siempre de reconsiderar el camino mal andado; tomando en cuenta, que muchas opciones ya tomadas traen consecuencias negativas a veces irreversibles; y que en ocasiones también supone la clausura de ciertas posibilidades de humanización.
La comprensión del mal, a saber, como choque con la realidad desajustada y que apunta a que el hombre frente a ella -que es ante todo experiencia ó captación de lo vital-total de lo malo- toma conciencia, se rebela con aquella ruptura; y a través de su capacidad más característica, el pensar -que surge como herramienta- hace proyectos de vida, reflexión filosófica. Busca por lo tanto, hacer que el mundo, la verdad, la bondad y él mismo sean.
Es una opción por la vida ante aquello que la amenaza. Ésta alternativa trasluce cómo nuestra historia es fundamentalmente ética en cuanto asumida: Acción-pasión responsable, humanizadora o deshumanizadora.
Sin embargo, el dato de la realidad más radical es la propia vida unida al mundo o a las circunstancias, en dependencia una de otra. De Velasco con su captación del mal, alude a ir haciendo al hombre y a Dios en todo caso; a construir lo uno, lo verdadero, lo bello, en cuanto abiertos; algo no hecho, ni accidental.
Este hacerse cargo, versa directamente sobre el hombre. No se trata, en todo caso solamente del establecimiento de instituciones y categorías formales -aunque éstas contengan en sí pretensión de bondad-, por el contrario, se trata de una transformación de las cosas para construir una nueva comunidad que incluya a los excluidos y a su vez, este hacerse cargo modifique y replantee de manera concreta la promoción de la vida en el ejercicio de la libertad y respeto de los hombres dentro de un campo de factibilidad, en critica a un orden que no ha favorecido un desarrollo unánime para todos.
Esta adquisición que hace el hombre para sí; pareciera que se funda en el deber como acción, que de manera acuciante apela a la humanización. Sin embargo, esa acción responsable, esa exigencia a transformar la realidad no brota ni de la experiencia del mal, ni de la urgencia que el dolor puede suscitar “per se”. Sino que brota en todo caso del querer histórico, de la vida como don recibido de otros, que en sí contiene el querer profundo del ser humano: “hacerse humano”. Y que brota entonces de la entera realidad del hombre, de su estructura y proyecto en situación.
Este querer como don, como semilla, permanece latente y ha de ser cultivada apropiada y proyectada. El modo humano de existir se impone entonces como la justicia, entendida como ajustamiento. Como dinamismo en que el hombre hace posible su existencia como fundamento que parte de la necesidad. Este querer ajustarse del hombre a su realidad podemos describirlo en cuatro momentos, por así llamarlos: un ajustarse a la realidad, como esa posibilidad de la vida humana en cuanto vida concreta y natural que ha de ser preponderada; el ajustarse la realidad, en cuanto esta se presenta como su mundo y necesidades, se trata de hacer realidad y condición social, su libertad y felicidad; un ajustarse en realidad, que supone esa constante dinámica de ir estableciendo en hechos aquel querer fundante; y la concreción última, el proyecto que se hace vida, que es vida para el hombre porque es espacio de ajustamiento, de humanidad, de posibilidad de seguir generando vida y el querer esa vida humana; asumir el don, cultivar la semilla que de fruto común.
Entonces, podemos aseverar que ese querer es individual en cuanto es transmitido a cada hombre, pero que se realiza con los otros. Y se hace pleno no sólo porque uno busca su desarrollo, sino aún cuando no se haya logrado, es percatarse que hay más que necesitan de ese desarrollo, de la urgencia de algo que nos es común.
La realidad humana es creadora de mundos cerrados que contiene en sí posibilidades para los sujetos que históricamente viven en dichos mundos; esas posibilidades de humanización son distintas a otro mundo humano. El hombre concreto no tiene entonces una posibilidad real de acceder a todas las posibilidades que el mundo en general ofrece, hay un acceso determinado, un bloqueo de bienes. Que ha de ser subsanado, puesto que hay experiencias humanas cuya potencialización son patrimonio del ser humano, en virtud de la existencia del hombre como ajustamiento.
A esto hay que complementar que la historia así como favorece y ha privilegiado en ella realidades de humanización, así mismo hay un mal estructurado que es transmitido históricamente que deriva en la acaparamiento y exclusividad de bienes fundamentales para el hombre. El paso inicial es darse cuenta; el subsiguiente es favorecer la constitución de espacios comunes, es un cambio efectivo de las realidades. Puesto que hay hombres que no viven como seres humanos aunque quieran. Se ha capitalizado la humanización; se ha hecho de “lo humano” propiedad de ciertos grupos. Y además se han establecido modelos de bien común que en nada tienen relación con lo que de verdad es “bien fundamental” para los hombres excluidos. El bien común esta en que el hombre continúe favoreciendo los mecanismos que provean el compartir, la realización del goce, desde el potencial de realización ya existente en determinadas estructuras.
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