En el presente texto, se intenta ofrecer una reflexión a modo de bosquejo, acerca de la importancia que encierra la expresión ‘encuentro personal’. Y aunque es bien sabido que tal afirmación, puede remitir hacia variadas y distintas referencias, parece pertinente dejar aclarado que el uso de tal categoría se hará en el marco de las relaciones de ayuda, es decir, de la práctica terapéutica. Y aunque no pretende éste, ser un estudio profundo y total. Si promete de menos, ofrecer un planteamiento general donde se circunscriba tal categoría; y si alcanzan las ideas, probablemente se ofrezca una reflexión filosófica aún muy incipiente.
Por ahora, situó al lector de frente a una de las definiciones consideradas como ‘clásicas’ que existen sobre la entrevista de ayuda, la cual se ciñe dentro de un ‘todo’ más amplio, es decir dentro del proceso del encuentro terapéutico. Veamos de qué se trata:
Entrevista es, principalmente, una situación de comunicación vocal, en un grupo de dos, más o menos voluntariamente integrado, sobre una base progresivamente desarrollada de experto-cliente, con el propósito de elucidar pautas características de vivir del sujeto entrevistado, el paciente o el cliente, y qué pautas o normas experimenta como particularmente productoras de dificultades o especialmente valiosas, y en la revelación de las cuales espera obtener algún beneficio. Cita: el subrayado es mío.
Es de notar que en la cita hay algunas palabras o alguna oración que ha sido subrayada. En este caso no hay razón para extrañarse, pues ese es el objetivo, centrar la atención en algunos términos. Ahora bien, otra de las citas dice así:
La entrevista se caracteriza por la reunión de dos personas, una de ellas reconocida como experta en materia de relaciones interpersonales, y la otra conocida como cliente, entrevistado o paciente, que espera extraer algún provecho de una discusión seria con el experto, sobre sus necesidades.
Ahora, sólo extraeré aquello que me interesa mostrar, para no hacer engorrosa la exposición:
De Rojí Menchaca : "La entrevista terapéutica... consiste en facilitar la resolución de las dificultades...mediante un cierto tipo de interacción personal."
De F. Silva : "relación entre personas, comunicación simbólica y objetivos."
De Bleger BLEGER : "[...] relación [...] que se establece entre dos o más personas [...] necesitan de su intervención [...] una relación entre dos o más personas en la que éstas intervienen como tales."
El punto que se pretende mostrar es el de la relación entre personas, que en algunos casos es utilizado como ‘interpersonal’, y de la última cita llama la atención cuando se refiere a: dos o más personas en la que éstas intervienen como tal.
Se resalta ello puesto que como se menciono claramente al inicio del texto, uno de los objetivos de esta investigación es ofrecer un planteamiento acerca de la importancia de la categoría ‘encuentro personal’. Y es que aunque las definiciones a las que hemos acudido tienen un enfoque procedimental. No por ello se desvía el asunto de interés. Tal vez las definiciones han creado una especie de cerco, es decir nos han ayudado a delimitar al menos de manera múltiple a que se esta queriendo aludir con ‘encuentro personal’. Y es que sin darle más vueltas, se constata claramente que en la entrevista de ayuda, se propicia un encuentro personal. Y frente a tal afirmación no hay mayor ‘escándalo’. Es decir, sabiendo que esta circunscrito en el proceso del encuentro terapéutico, pues hasta resulta condición indispensable para hablar de un ‘proceso’ o siquiera de establecer uno. Lo que de aquí se resalta es que este lugar, espacio, situación que se genera -hablamos de la terapia de ayuda- entre tales personas, al parecer tiene repercusiones más profundas de las que a primera vista pudieran mostrarse. Y es que no sólo se habla de que un ‘experto’ y un ‘cliente’ se reúnen, y el primero ayuda al otro en un problema que el segundo sabe que vivencia, y que por lo tanto afecta su conducta y sus relaciones con los demás. Sino al parecer, ese encuentro personal del cual hablamos, tiene raigambres profundas en el hombre.
Así al menos lo deja ver Rogers, cuando nos refiere las ‘experiencias de comunicación’. Donde nos habla de que el constante problema al que el ser humano se enfrenta es ante la dificultad de comunicar o intentar comunicar la totalidad de la persona. Y es que para él, es muy claro que hay una diferencia entre ‘comunicar’ y "comunicar a nivel sensorial". Pues en lo segundo se juega una “sensación de exposición y enriquecimiento” y nos dice que esta comunicación tiene como principio saber ‘escuchar’. Que al hacerlo, una persona puede “sentirse en contacto” y seguramente podrá posteriormente descubrir el “significado oculto tras la intención consciente del comunicante” y es que Rogers, asegura que el ‘comunicante’ “quiere hablarme de su mundo” y al sentirse escuchado “se lanza con una nueva sensación de libertad”.
Al experimentar en ‘carne propia’ la situación sobre lo que se genera en una persona al sentirse escuchada y comunicada a nivel sensorial, Rogers comparte la siguiente claridad, que sería explicitar el proceso que esta en juego, cuando la dinámica interpersonal se ha hecho un ‘encuentro personal’, veamos:
[...]que cuando lo que experimento en un momento dado está presente en mi conciencia y cuando lo que está presente en mi conciencia, también lo está en mi comunicación, entonces los tres niveles coinciden, es decir, son congruentes.
Es decir, que el encuentro interpersonal, no sólo nos abre al mundo del otro, sino que impacta el propio y el ajeno, por supuesto. Y tal impacto es lo que parece más vital de tal encuentro, ya que vemos como es capaz de generar un movimiento interno de tal magnitud que se ‘ordena’ la experiencia y además comienzan a coincidir, aquello que Rogers denomina ‘los tres niveles’. Y que en palabras sencillas no es más que la congruencia, entre mente, sentimientos y razón. Sin embargo, como en todo proceso humano, no todo resulta de catalogo. Y en este sentido Rogers nos alerta lo siguiente, como consecuencia de no escuchar y entonces no recibir al otro, o sea de no generar un encuentro personal:
También sé, por haber sido receptor en semejante situación, lo frustrante de que a uno se le reciba por lo que no es, de que se oiga lo que no ha dicho.
Esta situación nos pone delante de lo que se conoce como Transferencia y contra-transferencia. A saber, en la primera se trata de la sustitución de una persona anterior por la del médico, en la relación actual. Es decir, que el paciente hace presente a ‘una persona’ con la que se relaciona de cierto modo, y ahora es como sí encarnara en la persona del médico. Esto puede ser también un resultado de una falta de escucha, y no sólo de palabras, sino del conjunto de la persona que es la que me ‘dice’ que se trata de otra persona distinta a la que se ha hecho presente. Ahora bien en el caso de la contra-transferencia, pues sucede lo contrario, y ahí es donde más claramente se revela como la falta de una escucha adecuada o la imposibilidad de acceder a un ‘encuentro personal’ deviene en una confusión como las que se han referido. Ahora bien, toda esta larga exposición, no hace más que conducirnos a varias cuestiones en torno al ‘encuentro’, a la ‘identidad’ de las personas, a la situación ‘interpersonal’, en fin a varios aspectos que son tocados por la terapia de ayuda, pero también por el encuentro que ahí se está jugando. De modo que el siguiente paso será esclarecer un poco tales asuntos, desde el punto de vista filosófico.
Iniciamos este breve anexo preguntándonos si la identidad, es en todo caso donadora de referentes de inclusión para el sujeto individual o colectivo, si contribuye a la definición de las propias características, frente a otras. Es decir, ¿la identidad nos aliena o nos personifica? Y supondríamos obvia la respuesta, sin embargo, es necesario entender aunque sea de manera muy sucinta cuál es el origen del problema.
Juan Carlos Scannone en una de sus obras nos expone de forma muy breve la cuestión sobre la identidad personal desde una perspectiva filosófica a través de un breve recorrido histórico donde se observa cómo, a saber, ni la metafísica clásica de la sustancia ni la filosofía moderna del sujeto autoconsciente han dado razón de manera suficiente al problema de la identidad personal humana como agente personalizante. Scannone nos propone pues la concepción de una ‘condición de alteridad interpersonal’ como elemento constitutivo de una identidad personal –valga la repetición- que personifica, comunitariza y socializa al sujeto; tal esfuerzo es realizado de forma dialéctica entre dos figuras importantes de la filosofía, que abordan el problema de la identidad. Hablamos de la distinción básica hecha ya por Paul Ricoeur. Por un lado está la “identidad-ipse” o ipseidad y por otro, la “identidad-ídem” o mismidad:
La primera “responde a la pregunta: ¿quién?, a saber: ¿quién actúa o quién padece tal acción de otro?, ¿quién es el responsable de tal o cual acto?, etc. Pues ipse en latín corresponde al autós griego, al self y Selbst en inglés y en alemán, al soi-même y al sí-mismo en francés y castellano, y se refiere a la persona como tal, en cuanto es responsable -ella misma-de su libre actuar. En cambio, ídem responde a la pregunta ¿qué?, a saber: ¿qué es lo mismo que permanece en y a pesar de los continuos cambios?, ¿cuál es –a través del tiempo- su esencia permanente o cuáles son sus propiedades estables en medio de sus transformaciones? Y la respuesta no apunta a la persona en cuanto tal, al sí mismo, sino a lo que es o dejó de ser, a lo que no cambia en medio de las mutaciones que la afectan. Pues ídem en latín corresponde a las palabras: the same en inglés, das Gleiche, en alemán o lo mismo en castellano.
En resumen, la mismidad o identidad-ídem se fija sobre todo en la permanencia del mismo carácter y las mismas propiedades de la persona en el tiempo con sus continuos cambios; la ipseidad o identidad-ipse, en cambio, se refiere al mismo quién personal, responsable último de sus acciones y omisiones, quien –por ejemplo- mantiene su palabra dada, a pesar de todo eventual cambio de carácter o de características personales. Ambos tipos de identidad están interrelacionados, pero entre ellas se da –según Ricoeur- un hiato más o menos grande, mediado por la identidad narrativa en las “historias de vida” que uno narra a otro a sí mismo.
Después de haber hecho tal distinción, hay que dejar sentado que ambas claridades nos guían en la búsqueda que hacemos sobre el ‘encuentro interpersonal’. Podemos argüir junto con Scannone que el paradigma gestado en la época contemporánea. Es decir, el paradigma filosófico de la alteridad. Al superar el paradigma del Ego cogito 'yo pienso', fundado y centrado en sí. Nos plantea, cómo la alteridad es constitutiva de la identidad personal humana. Ahora, veamos como Scannone nos refiere su consideración al delinear éste último paradigma:
[…] la alteridad de la voz de la conciencia (en el sentido de “Gewissen”: Heidegger, Ricoeur), a fin de reconocer que no basta un neutro (el ser, das Sein) para asegurar la identidad personal del sí-mismo (ipse); por ello consideraré a la conciencia tanto en su carácter ontológico como ético. De ahí pasaré a considerar la alteridad ética interpersonal del rostro del otro (y de los otros) como se plantea sobre todo en Lévinas […]
Con dichas referencias Scannone asegura su postura, es decir, afirma que la alteridad es constitutiva de la identidad personal en el nivel más radical.
Ahora bien, habrá que advertir nuevamente que no todo resulta preciso, y en este caso tendremos que considerar que aunque parezca que ‘el otro’ se concibe como un campo posible para nuestras acciones. Hay que decir que el peligro latente está en que se le conciba como un ‘ello’ impersonal cuya distancia psicológica, emocional y sensible se haga patente. Y es que el encuentro con otro diferente nos obliga necesariamente a la confrontación permanente de nuestra sensibilidad, discurso y esquemas. De manera que sin ahondar más en la problemática que ya se vislumbra. Es importante, tener presente que cuando el hombre se encuentra inmerso en los intentos de apropiación y comprensión propias, es decir, en esta búsqueda de identidad propia, puede éste infringir algún sufrimiento a cualquier forma de vida. Ante lo cual se constata que el hombre requiere desarrollar la capacidad o competencia constitutiva (ontológica) que le permita abrirse a posibilidades contenidas en la diversidad vital sin necesidad de encubrir ‘racionalmente’ los miedos suscitados por ésta última. Y es que el propio ‘andamiaje’, es decir, los esquemas con los que establecemos nuestros propios procesos de apropiación, nos llevan a desconfiar de lo diferente.
De manera que se vislumbra como algo importante que el hombre sea capaz de iniciar un trabajo deconstructivo respecto a los principios de identidad establecidos, aunque esto signifique ir en contra del recurso vital que le posibilita distinguirse de otras formas de vida; Y que además le sirve para orientarse frente a la amplitud de comunidades -próximas o lejanas-, de modo que lo hace capaz de dar forma y nombre a sus procesos de apropiación. En última instancia hablamos de ir contra aquello donde asirse o a partir de donde se crea un marco de sentido que le dé coherencia a su vida individual y colectiva. Pero ¿por qué es conveniente cuestionar los principios de identidad establecidos si al parecer resultan tan importantes para el hombre?
Pues precisamente porque la identidad como proceso de configuración de sentido particular aunque no garantiza, por siempre, un estado fijo de cosas; debido a su carácter inmanente parece establecer configuraciones en el hombre que llegan a asumirse como la naturaleza de toda realidad.
Dentro de lo cual podemos entonces situar la relación entre aquellos principios de identidad y las relaciones con los mecanismos de poder, de manera que ir contra los principios de identidad, implica romper las relaciones de poder y hegemonía que se constituyen en cualquier modelo del saber.
A este punto entonces podemos constatar que –la alteridad- no es toda –bondad- que no basta con invocarla sino que es necesario abordarla de manera más amplia considerando sus –asegunes-. Pero algo más importante, constatamos que el asunto de la identidad tiene que ver entonces con aquellos esquemas con los cuales nos representamos ante lo que no se parece a mí mismo y me amenaza. Pero también que en nombre de tales representaciones ya sean individuales o colectivas. El hombre ejerce acciones agresivas ofensivas legitimadas a través del poder y de las relaciones que de ello se desprenden, ya sea en el área intelectual, moral, militar, económica, etcétera. De manera que podemos entonces ahora establecer que para abordar el problema de la identidad es vital que abordemos el problema del poder en todas sus vertientes:
Se trata más bien de ver cómo ese estatuto se conforma y reproduce en un contexto particular (comenzando por el nuestro), en función de su intercambio con otros tipos de poder tales como <<...el poder político (...el estado colonial e imperial de cualquier tipo)..., el poder intelectual (...las ciencias predominantes – y los criterios de administración de los saberes...)...el poder cultural (...las ortodoxias y los cánones que rigen los gustos, los valores y los textos... (Y finalmente)... el poder moral...>> que justifican los actos y las prácticas (nuestros actos y prácticas) dentro de un esquema de valores determinado.
Lo anterior nos lleva entonces a que afirmemos que la identidad esta directamente relacionada con sistemas de nominación así como con sus esquemas de representación. De manera que un estudio que pretenda aportar algo serio al problema de la identidad tendrá que referirse a los modelos culturales. Sobre todo fijando la mirada en las condiciones de producción que subyacen en tales modelos, de manera que sea entonces factible comprender su configuración.
La clave consiste, más bien, en revisar la trama que utilizamos, cuyos finos hilos tejen nuestros modos de ser, hacer y estar, culturalmente instalados: hilos tan sutiles y resistentes que, continuamente, nos hacen sus primeras víctimas, enredados y secos, mientras la realidad o la vida que queríamos pillar huye por sus huecos y se aleja alegremente.
Se cierne entonces un tema muy importante, no sólo el de la identidad, sino de cómo pensamos, de cómo leemos nuestra realidad. Ante lo cual podremos afirmar es vital pensar de otro modo, sentir de otro modo y discurrir de otro modo. Cuyo sentido será el de generar apertura hacia ‘el otro’. Pero ¿cómo recibirlo a ese otro sin que deje de ser ‘otro’? Pues la respuesta no será subsumirlo bajo nuestras propias proyecciones o encerrarlo dentro del espacio de una identidad dada o como alteridad marginada. Significa entonces, concebir la alteridad como puro porvenir puro sin contenido. Significa enriquecer nuestra subjetividad y constitución existencial de amor y generosidad, entendido como Paul Fleischman, según nos lo ha propuesto Emma León:
...<>. Porque el amor no es sólo una emoción sino un continuo aprender a organizar nuestras posiciones sentimentales previas y nuestro conocimiento racional moral. Estas últimas afirmaciones provienen de Paul Fleischman con quien quiero dejar aquí las cosas, al traer en una traducción libre sus palabras:
“Si no tuviéramos una existencia individual, ni impulsos personales, habría simplemente una masa homogénea de mundo, carente de emoción, ignorante, como un dedo en una mano. Y si estuviéramos irreconciliablemente separados tan sólo habría estrellas frías manteniéndose a sí mismas, coexistiendo en un espacio muerto. Entiendo al amor como la organización de las emociones humanas dentro de estados complejos donde coexisten paradójicamente, separación y unión, individualidad e inmersión, el sí mismo y lo que no es. Sólo un individuo puede amar y sólo puede amar uno que ha dejado de serlo.
Por ahora, situó al lector de frente a una de las definiciones consideradas como ‘clásicas’ que existen sobre la entrevista de ayuda, la cual se ciñe dentro de un ‘todo’ más amplio, es decir dentro del proceso del encuentro terapéutico. Veamos de qué se trata:
Entrevista es, principalmente, una situación de comunicación vocal, en un grupo de dos, más o menos voluntariamente integrado, sobre una base progresivamente desarrollada de experto-cliente, con el propósito de elucidar pautas características de vivir del sujeto entrevistado, el paciente o el cliente, y qué pautas o normas experimenta como particularmente productoras de dificultades o especialmente valiosas, y en la revelación de las cuales espera obtener algún beneficio. Cita: el subrayado es mío.
Es de notar que en la cita hay algunas palabras o alguna oración que ha sido subrayada. En este caso no hay razón para extrañarse, pues ese es el objetivo, centrar la atención en algunos términos. Ahora bien, otra de las citas dice así:
La entrevista se caracteriza por la reunión de dos personas, una de ellas reconocida como experta en materia de relaciones interpersonales, y la otra conocida como cliente, entrevistado o paciente, que espera extraer algún provecho de una discusión seria con el experto, sobre sus necesidades.
Ahora, sólo extraeré aquello que me interesa mostrar, para no hacer engorrosa la exposición:
De Rojí Menchaca : "La entrevista terapéutica... consiste en facilitar la resolución de las dificultades...mediante un cierto tipo de interacción personal."
De F. Silva : "relación entre personas, comunicación simbólica y objetivos."
De Bleger BLEGER : "[...] relación [...] que se establece entre dos o más personas [...] necesitan de su intervención [...] una relación entre dos o más personas en la que éstas intervienen como tales."
El punto que se pretende mostrar es el de la relación entre personas, que en algunos casos es utilizado como ‘interpersonal’, y de la última cita llama la atención cuando se refiere a: dos o más personas en la que éstas intervienen como tal.
Se resalta ello puesto que como se menciono claramente al inicio del texto, uno de los objetivos de esta investigación es ofrecer un planteamiento acerca de la importancia de la categoría ‘encuentro personal’. Y es que aunque las definiciones a las que hemos acudido tienen un enfoque procedimental. No por ello se desvía el asunto de interés. Tal vez las definiciones han creado una especie de cerco, es decir nos han ayudado a delimitar al menos de manera múltiple a que se esta queriendo aludir con ‘encuentro personal’. Y es que sin darle más vueltas, se constata claramente que en la entrevista de ayuda, se propicia un encuentro personal. Y frente a tal afirmación no hay mayor ‘escándalo’. Es decir, sabiendo que esta circunscrito en el proceso del encuentro terapéutico, pues hasta resulta condición indispensable para hablar de un ‘proceso’ o siquiera de establecer uno. Lo que de aquí se resalta es que este lugar, espacio, situación que se genera -hablamos de la terapia de ayuda- entre tales personas, al parecer tiene repercusiones más profundas de las que a primera vista pudieran mostrarse. Y es que no sólo se habla de que un ‘experto’ y un ‘cliente’ se reúnen, y el primero ayuda al otro en un problema que el segundo sabe que vivencia, y que por lo tanto afecta su conducta y sus relaciones con los demás. Sino al parecer, ese encuentro personal del cual hablamos, tiene raigambres profundas en el hombre.
Así al menos lo deja ver Rogers, cuando nos refiere las ‘experiencias de comunicación’. Donde nos habla de que el constante problema al que el ser humano se enfrenta es ante la dificultad de comunicar o intentar comunicar la totalidad de la persona. Y es que para él, es muy claro que hay una diferencia entre ‘comunicar’ y "comunicar a nivel sensorial". Pues en lo segundo se juega una “sensación de exposición y enriquecimiento” y nos dice que esta comunicación tiene como principio saber ‘escuchar’. Que al hacerlo, una persona puede “sentirse en contacto” y seguramente podrá posteriormente descubrir el “significado oculto tras la intención consciente del comunicante” y es que Rogers, asegura que el ‘comunicante’ “quiere hablarme de su mundo” y al sentirse escuchado “se lanza con una nueva sensación de libertad”.
Al experimentar en ‘carne propia’ la situación sobre lo que se genera en una persona al sentirse escuchada y comunicada a nivel sensorial, Rogers comparte la siguiente claridad, que sería explicitar el proceso que esta en juego, cuando la dinámica interpersonal se ha hecho un ‘encuentro personal’, veamos:
[...]que cuando lo que experimento en un momento dado está presente en mi conciencia y cuando lo que está presente en mi conciencia, también lo está en mi comunicación, entonces los tres niveles coinciden, es decir, son congruentes.
Es decir, que el encuentro interpersonal, no sólo nos abre al mundo del otro, sino que impacta el propio y el ajeno, por supuesto. Y tal impacto es lo que parece más vital de tal encuentro, ya que vemos como es capaz de generar un movimiento interno de tal magnitud que se ‘ordena’ la experiencia y además comienzan a coincidir, aquello que Rogers denomina ‘los tres niveles’. Y que en palabras sencillas no es más que la congruencia, entre mente, sentimientos y razón. Sin embargo, como en todo proceso humano, no todo resulta de catalogo. Y en este sentido Rogers nos alerta lo siguiente, como consecuencia de no escuchar y entonces no recibir al otro, o sea de no generar un encuentro personal:
También sé, por haber sido receptor en semejante situación, lo frustrante de que a uno se le reciba por lo que no es, de que se oiga lo que no ha dicho.
Esta situación nos pone delante de lo que se conoce como Transferencia y contra-transferencia. A saber, en la primera se trata de la sustitución de una persona anterior por la del médico, en la relación actual. Es decir, que el paciente hace presente a ‘una persona’ con la que se relaciona de cierto modo, y ahora es como sí encarnara en la persona del médico. Esto puede ser también un resultado de una falta de escucha, y no sólo de palabras, sino del conjunto de la persona que es la que me ‘dice’ que se trata de otra persona distinta a la que se ha hecho presente. Ahora bien en el caso de la contra-transferencia, pues sucede lo contrario, y ahí es donde más claramente se revela como la falta de una escucha adecuada o la imposibilidad de acceder a un ‘encuentro personal’ deviene en una confusión como las que se han referido. Ahora bien, toda esta larga exposición, no hace más que conducirnos a varias cuestiones en torno al ‘encuentro’, a la ‘identidad’ de las personas, a la situación ‘interpersonal’, en fin a varios aspectos que son tocados por la terapia de ayuda, pero también por el encuentro que ahí se está jugando. De modo que el siguiente paso será esclarecer un poco tales asuntos, desde el punto de vista filosófico.
Iniciamos este breve anexo preguntándonos si la identidad, es en todo caso donadora de referentes de inclusión para el sujeto individual o colectivo, si contribuye a la definición de las propias características, frente a otras. Es decir, ¿la identidad nos aliena o nos personifica? Y supondríamos obvia la respuesta, sin embargo, es necesario entender aunque sea de manera muy sucinta cuál es el origen del problema.
Juan Carlos Scannone en una de sus obras nos expone de forma muy breve la cuestión sobre la identidad personal desde una perspectiva filosófica a través de un breve recorrido histórico donde se observa cómo, a saber, ni la metafísica clásica de la sustancia ni la filosofía moderna del sujeto autoconsciente han dado razón de manera suficiente al problema de la identidad personal humana como agente personalizante. Scannone nos propone pues la concepción de una ‘condición de alteridad interpersonal’ como elemento constitutivo de una identidad personal –valga la repetición- que personifica, comunitariza y socializa al sujeto; tal esfuerzo es realizado de forma dialéctica entre dos figuras importantes de la filosofía, que abordan el problema de la identidad. Hablamos de la distinción básica hecha ya por Paul Ricoeur. Por un lado está la “identidad-ipse” o ipseidad y por otro, la “identidad-ídem” o mismidad:
La primera “responde a la pregunta: ¿quién?, a saber: ¿quién actúa o quién padece tal acción de otro?, ¿quién es el responsable de tal o cual acto?, etc. Pues ipse en latín corresponde al autós griego, al self y Selbst en inglés y en alemán, al soi-même y al sí-mismo en francés y castellano, y se refiere a la persona como tal, en cuanto es responsable -ella misma-de su libre actuar. En cambio, ídem responde a la pregunta ¿qué?, a saber: ¿qué es lo mismo que permanece en y a pesar de los continuos cambios?, ¿cuál es –a través del tiempo- su esencia permanente o cuáles son sus propiedades estables en medio de sus transformaciones? Y la respuesta no apunta a la persona en cuanto tal, al sí mismo, sino a lo que es o dejó de ser, a lo que no cambia en medio de las mutaciones que la afectan. Pues ídem en latín corresponde a las palabras: the same en inglés, das Gleiche, en alemán o lo mismo en castellano.
En resumen, la mismidad o identidad-ídem se fija sobre todo en la permanencia del mismo carácter y las mismas propiedades de la persona en el tiempo con sus continuos cambios; la ipseidad o identidad-ipse, en cambio, se refiere al mismo quién personal, responsable último de sus acciones y omisiones, quien –por ejemplo- mantiene su palabra dada, a pesar de todo eventual cambio de carácter o de características personales. Ambos tipos de identidad están interrelacionados, pero entre ellas se da –según Ricoeur- un hiato más o menos grande, mediado por la identidad narrativa en las “historias de vida” que uno narra a otro a sí mismo.
Después de haber hecho tal distinción, hay que dejar sentado que ambas claridades nos guían en la búsqueda que hacemos sobre el ‘encuentro interpersonal’. Podemos argüir junto con Scannone que el paradigma gestado en la época contemporánea. Es decir, el paradigma filosófico de la alteridad. Al superar el paradigma del Ego cogito 'yo pienso', fundado y centrado en sí. Nos plantea, cómo la alteridad es constitutiva de la identidad personal humana. Ahora, veamos como Scannone nos refiere su consideración al delinear éste último paradigma:
[…] la alteridad de la voz de la conciencia (en el sentido de “Gewissen”: Heidegger, Ricoeur), a fin de reconocer que no basta un neutro (el ser, das Sein) para asegurar la identidad personal del sí-mismo (ipse); por ello consideraré a la conciencia tanto en su carácter ontológico como ético. De ahí pasaré a considerar la alteridad ética interpersonal del rostro del otro (y de los otros) como se plantea sobre todo en Lévinas […]
Con dichas referencias Scannone asegura su postura, es decir, afirma que la alteridad es constitutiva de la identidad personal en el nivel más radical.
Ahora bien, habrá que advertir nuevamente que no todo resulta preciso, y en este caso tendremos que considerar que aunque parezca que ‘el otro’ se concibe como un campo posible para nuestras acciones. Hay que decir que el peligro latente está en que se le conciba como un ‘ello’ impersonal cuya distancia psicológica, emocional y sensible se haga patente. Y es que el encuentro con otro diferente nos obliga necesariamente a la confrontación permanente de nuestra sensibilidad, discurso y esquemas. De manera que sin ahondar más en la problemática que ya se vislumbra. Es importante, tener presente que cuando el hombre se encuentra inmerso en los intentos de apropiación y comprensión propias, es decir, en esta búsqueda de identidad propia, puede éste infringir algún sufrimiento a cualquier forma de vida. Ante lo cual se constata que el hombre requiere desarrollar la capacidad o competencia constitutiva (ontológica) que le permita abrirse a posibilidades contenidas en la diversidad vital sin necesidad de encubrir ‘racionalmente’ los miedos suscitados por ésta última. Y es que el propio ‘andamiaje’, es decir, los esquemas con los que establecemos nuestros propios procesos de apropiación, nos llevan a desconfiar de lo diferente.
De manera que se vislumbra como algo importante que el hombre sea capaz de iniciar un trabajo deconstructivo respecto a los principios de identidad establecidos, aunque esto signifique ir en contra del recurso vital que le posibilita distinguirse de otras formas de vida; Y que además le sirve para orientarse frente a la amplitud de comunidades -próximas o lejanas-, de modo que lo hace capaz de dar forma y nombre a sus procesos de apropiación. En última instancia hablamos de ir contra aquello donde asirse o a partir de donde se crea un marco de sentido que le dé coherencia a su vida individual y colectiva. Pero ¿por qué es conveniente cuestionar los principios de identidad establecidos si al parecer resultan tan importantes para el hombre?
Pues precisamente porque la identidad como proceso de configuración de sentido particular aunque no garantiza, por siempre, un estado fijo de cosas; debido a su carácter inmanente parece establecer configuraciones en el hombre que llegan a asumirse como la naturaleza de toda realidad.
Dentro de lo cual podemos entonces situar la relación entre aquellos principios de identidad y las relaciones con los mecanismos de poder, de manera que ir contra los principios de identidad, implica romper las relaciones de poder y hegemonía que se constituyen en cualquier modelo del saber.
A este punto entonces podemos constatar que –la alteridad- no es toda –bondad- que no basta con invocarla sino que es necesario abordarla de manera más amplia considerando sus –asegunes-. Pero algo más importante, constatamos que el asunto de la identidad tiene que ver entonces con aquellos esquemas con los cuales nos representamos ante lo que no se parece a mí mismo y me amenaza. Pero también que en nombre de tales representaciones ya sean individuales o colectivas. El hombre ejerce acciones agresivas ofensivas legitimadas a través del poder y de las relaciones que de ello se desprenden, ya sea en el área intelectual, moral, militar, económica, etcétera. De manera que podemos entonces ahora establecer que para abordar el problema de la identidad es vital que abordemos el problema del poder en todas sus vertientes:
Se trata más bien de ver cómo ese estatuto se conforma y reproduce en un contexto particular (comenzando por el nuestro), en función de su intercambio con otros tipos de poder tales como <<...el poder político (...el estado colonial e imperial de cualquier tipo)..., el poder intelectual (...las ciencias predominantes – y los criterios de administración de los saberes...)...el poder cultural (...las ortodoxias y los cánones que rigen los gustos, los valores y los textos... (Y finalmente)... el poder moral...>> que justifican los actos y las prácticas (nuestros actos y prácticas) dentro de un esquema de valores determinado.
Lo anterior nos lleva entonces a que afirmemos que la identidad esta directamente relacionada con sistemas de nominación así como con sus esquemas de representación. De manera que un estudio que pretenda aportar algo serio al problema de la identidad tendrá que referirse a los modelos culturales. Sobre todo fijando la mirada en las condiciones de producción que subyacen en tales modelos, de manera que sea entonces factible comprender su configuración.
La clave consiste, más bien, en revisar la trama que utilizamos, cuyos finos hilos tejen nuestros modos de ser, hacer y estar, culturalmente instalados: hilos tan sutiles y resistentes que, continuamente, nos hacen sus primeras víctimas, enredados y secos, mientras la realidad o la vida que queríamos pillar huye por sus huecos y se aleja alegremente.
Se cierne entonces un tema muy importante, no sólo el de la identidad, sino de cómo pensamos, de cómo leemos nuestra realidad. Ante lo cual podremos afirmar es vital pensar de otro modo, sentir de otro modo y discurrir de otro modo. Cuyo sentido será el de generar apertura hacia ‘el otro’. Pero ¿cómo recibirlo a ese otro sin que deje de ser ‘otro’? Pues la respuesta no será subsumirlo bajo nuestras propias proyecciones o encerrarlo dentro del espacio de una identidad dada o como alteridad marginada. Significa entonces, concebir la alteridad como puro porvenir puro sin contenido. Significa enriquecer nuestra subjetividad y constitución existencial de amor y generosidad, entendido como Paul Fleischman, según nos lo ha propuesto Emma León:
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