La cultura es inseparable de la actividad humana. E Incumbe a la filosofía de la cultura tanto el examen de su ‘cualidad’ profunda, es decir, el análisis de sus diversos modos que comprenden desde los logros de la técnica hasta las más altas realizaciones de lo estético, religioso y teórico. Por lo tanto, además de la consideración de la objetivación cultural humana, se encuentra en el centro de esta disciplina la determinación de las formas de pensamiento propias de las ciencias de la cultura y la dilucidación de los valores que se realizan en las formaciones culturales. Lo anterior en virtud de que en nuestra época con su marco de universalización y globalización asoma la apremiante cuestión del significado de estos valores en tanto se encuentran ligados a contextos y producciones culturales particulares.
La filosofía de la cultura esta fundada en razones tanto teóricas como histórico-sociales.
En cuanto a las primeras nos referimos a que debido al amplio desarrollo de las ciencias sociales y las ciencias humanas, se ha suscitado un dialogo -muchas veces polémico- entre éstas y la filosofía. En cuanto a las segundas razones, cabe señalar que un rasgo novedoso de la filosofía de la cultura de nuestro tiempo es su horizonte histórico-mundial, es decir, la puesta en cuestión de los supuestos euro céntricos de la filosofía de la cultura clásica, y la inclusión del problema de la pluralidad y diversidades culturales como un asunto central, probablemente el más relevante de ésta área.
Apostarle y en este sentido avanzar hacia una comprensión no etnocéntrica de la diversidad cultural es uno de las tareas más problemáticas y complejas de la filosofía de la cultura de nuestro tiempo. Estamos conscientes que la manera de empezar tal tarea no es reformulando monolíticas y monológicas teorías filosóficas o científicas sino promoviendo el diálogo y la discusión académica interdisciplinaria, parte fundamental de un nuevo filosofar y teorizar intercultural. Por otra parte, la cultura aparece en el contexto de planteamientos muy concretos como el ‘problema’ del ‘multiculturalismo’ así como el reto de una ‘comunicación intercultural’.
Sin embargo, hay que señalar que en el contexto del postmodernismo pareciera que éste condujera invariablemente a un rechazo de cualquier forma de teorización. Entendemos que se debe a que la Posmodernidad se caracteriza como una época que representa el clímax de la modernidad y su auto refutación. Juzguemos pues este fenómeno partiendo de la sociedad tradicional, de manera que al mirar como la modernidad representa el triunfo del poder del conocimiento, el divorcio entre las esferas culturales, las relaciones sociales globales, las nuevas instituciones, el cambio en el entendimiento de las relaciones de espacio – tiempo, el culto a lo nuevo y los procesos de modernización. Podemos entonces constatar que el periodo de la Posmodernidad hecha en duda los fundamentos de pensamiento básicos de la modernidad clásica, es decir su auto refutación.
Sin embargo, y precisamente por la condición “multicultural” de nuestras sociedades actuales se replantea la pregunta por posibilidades de pensar lo universal a pesar de la pluralidad cultural. Al mismo tiempo, la propia cultura aparece hoy como dimensión que no solamente determina la diferencia sino que simultáneamente permite dibujar los horizontes universales en tres sentidos: el antropológico (como condición humana por excelencia), el ético-moral (como derecho al reconocimiento de las particularidades culturales) y, finalmente, el sociológico (en cuanto reglas sociales que explican la constitución y reproducción de valores y normas).
Entonces, veamos que los dilemas de la Cultura giran entorno a los nuevos criterios que la cultura occidental estableció como sólidos y válidos (el dinero y el poder) entendidos como sistemas abstractos de carácter transnacional que desterritorializan la cultura, haciendo que las acciones humanas queden coordinadas sin tener que apoyarse en un mundo de la vida compartido.
Ahora bien, y dentro de este mosaico de disyuntivas fijemos nuestra mirada en el dilema Latinoamericano que se pregunta por ‘lo latinoamericano’ como aquello a lo cual aspira como concretización de su identidad. Y que urge respuestas en torno a las relaciones entre el poder metropolitano-occidental y formaciones periféricas; las dinámicas de resistencia cultural que oponen las identidades no hegemónicas a los códigos sociales dominantes; la reconversión de lo popular y de lo nacional bajo el efecto globalizador de las comunicaciones de masas; el pensamiento de lo híbrido (fronteras, impureza, alteridad) que atraviesa pertenencias no homogéneas a registros comunitarios fragmentados, etc. Podríamos decir, entonces, que se trata de un proyecto de mezclar— pluridisciplinariedad y transculturalidad para responder a los nuevos movimientos de categorías entre lo dominante y lo subalterno, lo culto y lo popular, lo central y lo periférico, lo global y lo local; deslizamientos que recorren las territorialidades geopolíticas, las simbolizaciones identitarias, las representaciones sexuales y las clasificaciones sociales. Estos complejos cambios de categorías han alterado la relación dicotómica entre lo uno y lo otro, lo idéntico y lo diferente, lo propio y lo ajeno, lo colonizador y lo colonizado, que, antes, estaba a la base de la conciencia de oposición —contestataria— de América Latina.
Ahora, bajo el multiculturalismo que apunta a transformaciones obvias en las sociedades inmigrantes de occidente. Asistimos -y desde la década de los sesenta- a la entrada en crisis del pensamiento de la modernidad en el mundo occidental, con lo cual se comienza a formular en los países iberoamericanos un nuevo discurso que se ha venido definiendo como un pensamiento de la liberación. Se trata de una deconstrucción de las estructuras de la modernidad, de una denuncia de los esquemas de opresión y, por lo tanto, de una toma de conciencia del estado de periferia con que se había condenado a los países iberoamericanos.
Lo anterior habrá que analizarlo pues dentro de las categorías "Civilización y Barbarie" Donde la primera que alude a la forma anglosajona, como la alternativa social y cultural en cuya realización efectiva deberían empeñarse las naciones americanas para superar el estadio de "Barbarie" en que estaban sumidas por la persistencia terca de los pueblos indígenas y de la herencia retardataria del colonialismo ibérico.
Y aunque paradójico pero muy alentador, podemos constatar que el acelerado proceso de globalización durante las últimas tres décadas, ha traído consigo dos desarrollos contradictorios, aun cuando íntimamente relacionados entre sí: a) el emerger de la cultura occidental como modelo de cultura a dimensión planetaria y b) la problematización y deconstrucción de las estructuras de la modernidad que precisamente fundamentan dicha cultura. De manera que el fenómeno de ruptura cultural en sí no es nada nuevo en la historia del hombre. Lo diferente es la rapidez con que se impone y el doble proceso simultáneo con que dicha ruptura se actualiza en nuestros días: el éxito, la glorificación de la modernidad, su globalización, coincide con su negación; es decir, con un proceso de deconstrucción que coloca en entredicho sus postulados fundamentales y que denuncia su fundamentación logocentrista, a la vez que ésta establece los parámetros que rigen el triunfo de la globalización.
La filosofía de la cultura esta fundada en razones tanto teóricas como histórico-sociales.
En cuanto a las primeras nos referimos a que debido al amplio desarrollo de las ciencias sociales y las ciencias humanas, se ha suscitado un dialogo -muchas veces polémico- entre éstas y la filosofía. En cuanto a las segundas razones, cabe señalar que un rasgo novedoso de la filosofía de la cultura de nuestro tiempo es su horizonte histórico-mundial, es decir, la puesta en cuestión de los supuestos euro céntricos de la filosofía de la cultura clásica, y la inclusión del problema de la pluralidad y diversidades culturales como un asunto central, probablemente el más relevante de ésta área.
Apostarle y en este sentido avanzar hacia una comprensión no etnocéntrica de la diversidad cultural es uno de las tareas más problemáticas y complejas de la filosofía de la cultura de nuestro tiempo. Estamos conscientes que la manera de empezar tal tarea no es reformulando monolíticas y monológicas teorías filosóficas o científicas sino promoviendo el diálogo y la discusión académica interdisciplinaria, parte fundamental de un nuevo filosofar y teorizar intercultural. Por otra parte, la cultura aparece en el contexto de planteamientos muy concretos como el ‘problema’ del ‘multiculturalismo’ así como el reto de una ‘comunicación intercultural’.
Sin embargo, hay que señalar que en el contexto del postmodernismo pareciera que éste condujera invariablemente a un rechazo de cualquier forma de teorización. Entendemos que se debe a que la Posmodernidad se caracteriza como una época que representa el clímax de la modernidad y su auto refutación. Juzguemos pues este fenómeno partiendo de la sociedad tradicional, de manera que al mirar como la modernidad representa el triunfo del poder del conocimiento, el divorcio entre las esferas culturales, las relaciones sociales globales, las nuevas instituciones, el cambio en el entendimiento de las relaciones de espacio – tiempo, el culto a lo nuevo y los procesos de modernización. Podemos entonces constatar que el periodo de la Posmodernidad hecha en duda los fundamentos de pensamiento básicos de la modernidad clásica, es decir su auto refutación.
Sin embargo, y precisamente por la condición “multicultural” de nuestras sociedades actuales se replantea la pregunta por posibilidades de pensar lo universal a pesar de la pluralidad cultural. Al mismo tiempo, la propia cultura aparece hoy como dimensión que no solamente determina la diferencia sino que simultáneamente permite dibujar los horizontes universales en tres sentidos: el antropológico (como condición humana por excelencia), el ético-moral (como derecho al reconocimiento de las particularidades culturales) y, finalmente, el sociológico (en cuanto reglas sociales que explican la constitución y reproducción de valores y normas).
Entonces, veamos que los dilemas de la Cultura giran entorno a los nuevos criterios que la cultura occidental estableció como sólidos y válidos (el dinero y el poder) entendidos como sistemas abstractos de carácter transnacional que desterritorializan la cultura, haciendo que las acciones humanas queden coordinadas sin tener que apoyarse en un mundo de la vida compartido.
Ahora bien, y dentro de este mosaico de disyuntivas fijemos nuestra mirada en el dilema Latinoamericano que se pregunta por ‘lo latinoamericano’ como aquello a lo cual aspira como concretización de su identidad. Y que urge respuestas en torno a las relaciones entre el poder metropolitano-occidental y formaciones periféricas; las dinámicas de resistencia cultural que oponen las identidades no hegemónicas a los códigos sociales dominantes; la reconversión de lo popular y de lo nacional bajo el efecto globalizador de las comunicaciones de masas; el pensamiento de lo híbrido (fronteras, impureza, alteridad) que atraviesa pertenencias no homogéneas a registros comunitarios fragmentados, etc. Podríamos decir, entonces, que se trata de un proyecto de mezclar— pluridisciplinariedad y transculturalidad para responder a los nuevos movimientos de categorías entre lo dominante y lo subalterno, lo culto y lo popular, lo central y lo periférico, lo global y lo local; deslizamientos que recorren las territorialidades geopolíticas, las simbolizaciones identitarias, las representaciones sexuales y las clasificaciones sociales. Estos complejos cambios de categorías han alterado la relación dicotómica entre lo uno y lo otro, lo idéntico y lo diferente, lo propio y lo ajeno, lo colonizador y lo colonizado, que, antes, estaba a la base de la conciencia de oposición —contestataria— de América Latina.
Ahora, bajo el multiculturalismo que apunta a transformaciones obvias en las sociedades inmigrantes de occidente. Asistimos -y desde la década de los sesenta- a la entrada en crisis del pensamiento de la modernidad en el mundo occidental, con lo cual se comienza a formular en los países iberoamericanos un nuevo discurso que se ha venido definiendo como un pensamiento de la liberación. Se trata de una deconstrucción de las estructuras de la modernidad, de una denuncia de los esquemas de opresión y, por lo tanto, de una toma de conciencia del estado de periferia con que se había condenado a los países iberoamericanos.
Lo anterior habrá que analizarlo pues dentro de las categorías "Civilización y Barbarie" Donde la primera que alude a la forma anglosajona, como la alternativa social y cultural en cuya realización efectiva deberían empeñarse las naciones americanas para superar el estadio de "Barbarie" en que estaban sumidas por la persistencia terca de los pueblos indígenas y de la herencia retardataria del colonialismo ibérico.
Y aunque paradójico pero muy alentador, podemos constatar que el acelerado proceso de globalización durante las últimas tres décadas, ha traído consigo dos desarrollos contradictorios, aun cuando íntimamente relacionados entre sí: a) el emerger de la cultura occidental como modelo de cultura a dimensión planetaria y b) la problematización y deconstrucción de las estructuras de la modernidad que precisamente fundamentan dicha cultura. De manera que el fenómeno de ruptura cultural en sí no es nada nuevo en la historia del hombre. Lo diferente es la rapidez con que se impone y el doble proceso simultáneo con que dicha ruptura se actualiza en nuestros días: el éxito, la glorificación de la modernidad, su globalización, coincide con su negación; es decir, con un proceso de deconstrucción que coloca en entredicho sus postulados fundamentales y que denuncia su fundamentación logocentrista, a la vez que ésta establece los parámetros que rigen el triunfo de la globalización.
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