domingo, marzo 30

¿Por qué somos humanos? II

JOSEP CORBELLA: Estamos en África hace dos millones y medio de años. Acaba de aparecer un primate inusual, el primer representante del género humano. ¿Qué significa ser humano? ¿Qué tiene de humano aquel primate que no tuvieran los de hace tres millones de años?
EUDALD CARBONELL: Lo que nos ha convertido en humanos es la tecnología. Los humanos básicamente fabricamos utensilios, y eso es lo que empezó a hacer aquella gente de hace dos millones y medio de años. Nosotros no estamos sometidos sólo a la selección natural sino también a la selección técnica, y es esta selección técnica la que ha provocado que a lo largo de la historia unos grupos humanos hayan tenido más éxito que otros.

Pero ¿la selección técnica no es una forma de selección natural? Al fin y al cabo, los humanos somos animales y todo lo que hacemos, aunque sea resolver ecuaciones, lo hacemos porque nuestra biología nos lo permite.
–Pero no es lo mismo. Somos un organismo biológico, de acuerdo. Pero nos diferenciamos de las otras formas de vida en que tenemos una inteligencia operativa muy desarrollada, no sólo una inteligencia natural como la que permite a un gorila comprender su entorno, sino una inteligencia que nos permite fabricar objetos. Y nos diferenciamos también en que hemos entendido que tenemos un tiempo de vida y un espacio donde vivimos. Nosotros somos capaces de cuestionarnos acerca de nuestro origen y nuestro destino, cosa que no hace ningún otro animal. Somos conscientes de que moriremos.
–Y aparte del hecho de ser conscientes de que moriremos, ¿cuáles son los rasgos distintivos de los humanos?
–Por un lado están los estrictamente biológicos, como el bipedismo, la estructura de las manos, con un pulgar que puede oponerse para pinzar, la visión en terrenos abiertos...Pero todas estás características son anteriores a la aparición del género humano. Son el sustrato biológico sobre el que se sustentan las adquisiciones culturales que ya son plenamente humanas: la producción de herramientas, el dominio del fuego, el lenguaje, el arte, la religión...
–Estas adquisiciones culturales, ¿ya las habían hecho los primeros humanos?
–La única de estas adquisiciones que habían hecho los primeros representantes del género Homo era probablemente la producción de herramientas. Las otras aparecen más tarde en la evolución. No hay una Creación en el sentido bíblico que hace que un día aparezcan de repente los humanos con todas las características humanas. Es un proceso lento y gradual que culminó hace unos 400.000 años.
–¿Culminó en qué sentido?
–En el sentido de que en esa fecha se cruza una frontera decisiva. En muy poco tiempo, aparecen las primeras formas de arte, los primeros entierros, la producción del fuego y otras adquisiciones que definen lo que nosotros entendemos por ser humano[1].

¿Crónica de una muerte anunciada? El relato de nuestro nacimiento, ha sido resumido en las anteriores líneas, y queda claro qué fue lo que propició este nacimiento: La fabricación no sólo de objetos sino de aquellas adquisiciones culturales plenamente humanas.
Este hecho tan evidente, supone algo latente. Un paso, una culminación; ¿de qué?, Pregunta Carbonell. Hablamos del cruce de una frontera decisiva. ¿Y qué se decidía? Ó ¿Qué se decidió? El futuro del hombre, su presente, su trascendencia. Conocemos datos acerca de cómo el ser humano a diferencia de los animales, experimenta una reducción en sus instintos. Situación que lo hace estar en conciencia del tiempo, del lugar donde vive, del propio origen y destino, de la muerte.
Hemos pasado como especie del anonimato, a la plena revelación dentro del Reino Animal; hemos muerto a su sometimiento instintivo y hemos trascendido. Escapamos a la inconsciencia y lo hicimos creando, fabricando, elaborando. La capacidad existe, tenemos una apertura biológica que no es cualquier cosa. Es una gracia; es sin duda un potencial inexplorado.
Podríamos pensar que aunque abierto y tal vez indefinido, aquel camino primigenio de humanización daba frutos palpables. Todo se fue haciendo complejo, cada vez más crecimiento, cada vez más conciencia. Aquel homínido ya no lo era, ahora estaba organizado, ahora tenía ya un lugar, un espacio propio donde guarecerse y continuar creciendo: la cultura; entendida como hecho único e inédito donde se funda todo lo que comprende “Lo humano”, como aquello que es propio de ese ser vivo que trascendió lo biológico, como un arma de dos filos –la conciencia-; el conocimiento de ser vivo y de enfrentar una realidad que le era intensa y por lo tanto necesitaba de un plus, que le asegurará su supervivencia a un estilo propio, creando su mundo; un mundo distinto del que había surgido.
Esta acción creadora que se supone construye al hombre ¿De verdad lo humaniza? Esta cuestionante se hace presente frente a la modernidad.
El espíritu absoluto racional que la modernidad instauró definió al hombre de manera utilitarista como un engranaje de dicho espíritu, poniendo su libertad al servicio de éste. A partir de ese momento eso significo la esclavitud del hombre a manos del progreso científico y técnico.
La exageración de la razón decantó en el reconocimiento del debilitamiento del ser; de “lo humano”.
En este conocimiento, debido al giro antropológico provocado por “Los maestros de la sospecha” (Nietzsche, Marx y Freud), con sus críticas a la razón instrumental como estructura de poder y dominio, a la estructura social como condicionamiento y a la desmitificación de la razón a través de la teoría del inconsciente, respectivamente; se recupera al hombre como problema y ya no como tema concluido ante la pérdida del sentido y el valor de la vida.
La noción de “Modernidad” configuró un modo de ser más disciplinado y hasta frívolo de la acción creadora del hombre. La historia deja de ser el espacio de reconocimiento mutuo. Ya no se estaba realizando la tarea del hombre; no se garantizaba un mundo donde se viviese más auténticamente la existencia humana[2]. El progreso había petrificado nuestras capacidades, generando nuevos rostros del hombre: El poder sobre otros, el dominio de la riqueza, las diferencias culturales, o sea, la diversidad y pluralidad que nuestras sociedades viven, ante las cuales muchas veces el hombre ha experimentado impotencia e incertidumbre.
El “Postmodernismo” a su vez, vino a negar la historia como el “hilo conductor”, como configurador de las certezas que la razón aplicó como interpretación del hombre. Al romperse la interpretación unitaria y estructuralmente estable, surge la concepción del ser como algo que deviene, que exacerba el talante individual del mismo. Ahora no hay centro de interpretación único y estable; ahora hay muchos; nace la pluralidad centrada en lo propio y personal, que niega la comunión al no reconocer la afectación por los otros.
La tarea que el hombre inicio a partir de su conciencia es abandonada. Se clausura el sentido universal del hombre, dejando así a un sujeto sin referencia valoral, que mediatiza la búsqueda de la verdad, fragmentándola. Se propone un hombre sin identidad, sin trascendencia, sin historia. Sin embargo, hay que apuntar que se recupera la innegable libertad del hombre frente al aplastante proyecto común interpretativo.
La crítica de Gianni Vattimo, parece ser un pendulazo en el pensamiento que arranca en mayor medida al ser humano de la opresión de la razón. Su propuesta radical del posmodernismo, aunque no fraguó como una corriente de pensamiento formal, refuerza el giro antropológico. Indudablemente que es vital que el hombre se continúe haciendo y rehaciendo, que permanezca creando modelos de humanidad y en todo caso, creando el lugar ulterior, la realidad plenamente humana.
Desde que el hombre se supo consciente de su existencia comenzó a recorrer un camino amplio de posibilidades que lo puso de frente a al pérdida, a lo adverso del recorrido, a su libertad. En este sentido, preguntémonos ¿Qué hacer con ella? Si nos hemos liberado del espíritu absoluto de la razón, ¿Qué aspectos del hombre resultan configuradores de “lo humano”? En este entendimiento, la libertad del hombre aparece gracias a la toma de conciencia de la propiedad de la vida[3], se trata pues, de un proceso racional de identificación a través de la percepción de lo externo, que hace reconocer el propio cuerpo y los sentimientos, puesto que no es algo ajeno, no somos extraños a ello. Sin embargo, nuestra autoconciencia no puede quedarse ahí, habría que entender la vida como un compromiso a algo que va más allá.
Quedarnos en la conciencia “egocéntrica”; soy yo y.. ? no aporta elemento alguno, entonces, afirma Marcel, es cuando reconozco al otro que me da razón para vivir. En esta comprensión, es que Marcel resuelve este problema desde la trascendencia, al reconocer al otro como la razón para vivir, para consagrar la propia vida. Pero ¿Qué implica esto? ¿Cómo se puede abordar? No podemos dar el salto a la trascendencia dejando de lado la objetivación que nos otorga la razón.
Hasta este momento no se diferencia mucho esta postura de la concepción egocéntrica del sujeto que cosifica al ser humano, acentuando de igual manera el propio reconocimiento, entonces, no basta la autoconciencia y objetivación del otro para entregarme por completo a la trascendencia que propone Marcel. Ya que los otros experimentan lo mismo, se preguntan si el sentido de la vida es la apuesta y entrega. ¿Cómo puede el hombre conectarse vitalmente desde este punto, que haga derivar en el ofrecimiento de la vida al otro?
Levinas[4] apunta, que la presencia del otro nos lleva al reconocimiento de la alteridad tras sensibilizarnos a su realidad. Hablamos de la toma de conciencia, de que frente a mí hay otro, digno, con identidad, que no puedo ignorar. Esta filosofía a favor de los otros nos lleva a cuestionarnos ¿Qué la sustenta? Levinas arguye que las relaciones humanas y ¿Cómo son éstas en todo caso? ¿Cómo relacionarnos con el otro?
Si reconocemos al otro como alguien complejo y digno, con identidad que no puedo ignorar. Lo natural sería abrirnos, ofrecerle nuestra confianza como un acto voluntario. Creando relaciones profundas de credibilidad. Lo cierto, es que frente al otro muchas veces experimentamos conflicto. Son más las veces que la diferencia nos separa y es a través de un constante contacto y conocimiento mutuo que se puede ir revelando en el otro aquella dignidad e identidad, merecedora de nuestro reconocimiento y responsabilidad. Por lo pronto algo queda claro, en el desarrollo o camino de humanización no estamos solos; o en todo caso, no podemos entendernos como seres aislados con una conciencia egocéntrica.
Por otro lado, hay que reconocer que existen las relaciones por cooperación que favorecen en todo caso un acercamiento al otro y una mutua construcción. Sin embargo, cualquiera de estos tipos de relación deben interpretarse a través de la afectividad humana, un dato que no podemos ignorar. Como acertadamente señaló Max Scheller[5], al reconocer esa esfera interior de los valores o mundo valoral que integra al ser humano. Un acento humano distinto del racional con su propia lógica.
Ahora se hace más complejo este asunto, pues no sólo es a través del reconocimiento del otro y de sus necesidades que se encuentra sentido a la propia vida, también, al relacionarme de manera afectiva, reconociendo mi intención y lo que siento hacia el otro. Con la conciencia de que no siempre el acercamiento o reconocimiento se da espontáneamente. Sino que supone entonces, que habrá que construirlo sobre esta base.
Al parecer, se requiere que creación, comunión y libertad no sean conceptos lejanos. Que frente a la alteridad podamos ejercer un diálogo fecundo que en última instancia, genere un encuentro significativo que hable de la experiencia humana como un vasto mosaico que refleja un conocimiento común. Por lo tanto, la cultura tendría que ser no sólo un dato aglutinador y de referencia, sobre el origen y certeza, de que las diferencias entre los humanos de distintos ambientes son accidentes realmente y no la esencia. Sino sobre todo el “configurador” de “lo humano” por excelencia[6].
Parece, que según lo expuesto, el mismo hecho biológico que hizo del hombre saltar a la humanidad, es un acontecimiento de trascendencia en sí, que se fue fortaleciendo. Hablamos de una actividad creadora con una amplitud tremenda, que ofrece millones de posibilidades, no obstante, también ofrece grandes riesgos de indefinición o margen de error. Pero volviendo al punto, frente a esta trascendencia ya ganada en lo empírico, es indispensable preguntarnos ¿Qué trascendencia es la que el hombre sigue buscando o pretende consolidar? Parece que simplemente se trata de recuperar tal vez el camino perdido, de revalorar los caminos de humanización que han sido desvirtuados. Es interesante preguntarse esto puesto que la humanidad, en la actualidad refleja una clara pérdida del sentido de la vida y de la trascendencia.
Se hace indispensable entonces asegurar de manera paulatina, un camino de humanización que derive en nuevos modelos de vida y sociedad que fomenten indiscutiblemente el pleno desarrollo humano. Frente a este panorama no estamos con las manos vacías, tenemos sin duda muchos elementos que ya han sido aportados. Reflexiones que arrojan sin lugar a dudas elementos de los cuales podemos hacer uso. Que nuestra esperanza, sea porque hay algo que vendrá.
Por lo pronto, el ejercicio de nuestra conciencia y afecto, que nos pone de frente al mundo y a los otros, favorece la construcción a partir de lo que ya nos ha sido dado y que requiere de nuestra actividad creadora, sobre todo humana y humanizante, que ofrezca a generaciones futuras una vida llena de sentido, una certeza de las posibilidades contenidas en nuestra mente y corazón, que no terminan con la muerte biológica, sino que transforma la realidad y nos pone en pleno ejercicio de la gracia otorgada hace 400.000 años aproximadamente.
Finalmente, ¿Cómo responder a la pregunta de por qué somos humanos? ó ¿por qué deberíamos de serlo? Reconociendo la existencia de rasgos muy claros a través de los cuales se trasluce no la totalidad del por qué somos humanos, pero si una delineación clara para poder ser humanos de manera más franca. Esto en plena contraposición con las visiones fatalistas que arrojan el destino del hombre a la nada.
Si atendemos con cuidado a la serie de movimientos o procesos que hemos revisado a través de los autores antes mencionados, podremos constatar que convergen primero, en un centramiento de la propia persona y su mundo interior, tras haber recibido del exterior ciertos estímulos; en seguida, se reporta una salida, ya sea al entorno, o a los otros a través de las relaciones, que finalmente decantan en una concepción distinta del hombre. Es un movimiento constante de apertura, de mantenerse perceptivo y atento a lo que le afecta, en cualquier sentido. Este movimiento es creación, pues hablamos de la generación de sensaciones y pensamientos que cambian la postura del hombre frente a su realidad y le dan un nuevo sentido Sin embargo, no termina todo ahí, el movimiento que se genera al interior como caja de resonancia, busca salir del sujeto para ser expresado, dando lugar al diálogo. Consiguientemente, habrá que decir que el hombre se vuelve creador de un nuevo lenguaje, de un nuevo orden que expresa su nueva comprensión, su movimiento y que es la prueba más contundente de que ser humanos es posible en la medida que ejerzamos nuestra libertad como un derecho pleno y susceptible de perfeccionamiento, no como un deber estático que hay que cumplir. Y que en la medida que nos comprendamos como algo inacabado podremos acceder a posibilidades de ser humanos.



BIBLIOGRAFÍA.


BARBOTIN, Edmond; “¿Sentido o sinsentido del hombre?”, EUNSA, Navarra, 2002.

CORBELLA, Joseph y CARBONELL, Eudald; “El largo camino de los homínidos hacia la inteligencia”, Península, Barcelona, 2000.

GEVAERT, J; “El problema del hombre”, Sígueme, Salamanca, 1995.

LEVINAS, Emmanuel; “Fuera del sujeto”, Caparrós, Madrid.

MARCEL, Gabriel; “El misterio del ser, Obras selectas”, Vol. II, B.A.C., Madrid, 2003.

SCHELLER, Max; “Gramática de los sentimientos, Crítica y filosofía”, Barcelona.




[1] CORBELLA, Joseph y CARBONELL, Eudald; “El largo camino de los homínidos hacia la inteligencia”, Península, Barcelona, 2000, pp. 59-67.
[2] GEVAERT, J; “El problema del hombre”, Sígueme, Salamanca, 1995, pp. 253-262.
[3] MARCEL, Gabriel; El misterio del ser, Obras selectas, Vol. II, B.A.C., Madrid, 2003, pp. 141–178.
[4] LEVINAS, Emmanuel; “Fuera del sujeto”, Caparrós, Madrid, PP. 141–148.
[5] SCHELLER, Max; “Gramática de los sentimientos, Crítica y filosofía”, Barcelona, 2002, 27–41.
[6] BARBOTIN, Edmond; “¿Sentido o sinsentido del hombre?”, EUNSA, Navarra, 2002, pp. 164-173.

No hay comentarios: