El examen al que el hombre ha sometido los distintos ámbitos que lo configuran y que le ofrecen contenidos a su existencia, en la mayoría de los casos, si no es que en su totalidad, se caracterizan por estar arraigados en raíces muy profundas de la historia del hombre. Entendiendo “la historia” no sólo y exclusivamente como el “hecho cronológico y temporal”, sino, además, como el lugar del reconocimiento de “lo humano”.
En este sentido, esta reflexión no pretender ser un examen preciso y suficiente sobre la experiencia estética que revele verdades ocultas que eran evidentes; simplemente pretende dialogar sobre el asunto que nos compete, “la experiencia humana”, y de esta forma tratar de comprender las denotaciones a las que alude nuestra hipótesis sobre “el valor formativo” que posee la experiencia estética.
Retomando la idea inicial sobre las raíces de este problema filosófico por excelencia, habremos de recordar el antiguo dilema que se formuló sobre la naturaleza del hombre y la forma en que éste se constituía; a saber, si el hombre era una “dicotomía” “Alma y cuerpo”; que hace referencia a la razón, como lo característico del hombre y a “sus pasiones”.
Hablar de este asunto nos pone en el “umbral” de la discusión, pues es ahí donde sigue la filosofía preguntándose si la experiencia estética, no es más que “una parte del mundo de las pasiones o facultades inferiores” del hombre, de tal manera que puede ser soslayada en su contexto formativo.
A este punto, se juzga adecuado hacer mención de “la postura de Kant” al respecto, pues éste parece haber sintetizado la “controversia histórica” sobre el tema, cuando en su obra “Critica a la razón pura” designa “lo estético” de la siguiente manera:
“El campo que preserva la verdad de los sentidos y reconcilia, en la realidad de la libertad, las facultades “inferiores” y “superiores” del hombre: la sensualidad y el intelecto, el placer y la razón”[1]
Kant, no sólo hace un recorrido desde las raíces de la discusión sino que se entendería que articula una síntesis de tal manera que hace permisible pensar que su propuesta es el “gozne” adecuado sobre el cual se realiza la posibilidad de elucidar este potencial del hombre tan tajantemente callado.
“Kant”, en su intento de articular ambos mundos; el de la sensualidad, la percepción, el placer, la libertad, la belleza y por otro lado, el del intelecto, la compresión y el conocimiento; establece un camino de integración del hombre, al reconocer “la tercera facultad” como “la transición” del campo de la naturaleza al de la libertad que liga las facultades “altas” y “bajas”. (Deseo y conocimiento)
En esta “intuición”, todo hace indicar que significa, ya en sí un valor formativo; y sí delimitáramos más específicamente de qué “valor formativo” hablamos, diríamos que se trata del “Juicio estético”. Que por su estrecha relación con la sensualidad, y por su lugar, en medio de la experiencia conceptual y la receptividad, nos propone una “vía” de humanización, en el ejercicio de nuestras facultades en armonía.
La tentación mayor en este tipo de reflexiones, es tender a hacer absoluta la perspectiva de determinado autor, en este caso, “Kant”. Y esa no es la pretensión del presente texto. Puesto que probablemente Kant encontraba un sentido distinto al que aquí se presenta, sin embargo, su experiencia, que es ante todo “una experiencia humana” al respecto, se torna “lección” humanizante, al poner sobre la mesa de discusión ésta propuesta conciliadora en franca oposición a la postura del hombre en un mundo que clasifica sus facultades, subyugando unas para ponderar otras.
Tampoco podemos afirmar que el “valor formativo” de la “propuesta kantiana” es haber puesto el acento en la “experiencia estética” como “tercera facultad” y ya; pues eso equivaldría a reducir el pensamiento de un filosofo moderno tan preciso.
De esta manera, habría que comprender que la conciliación que propone Kant, posibilita la alternativa de que se abra nuestro panorama ante la experiencia estética, no como un “artículo de lujo”, que sólo “edifica” a sujetos muy selectos; elevándolos a rangos sociales muy altos, tanto, que pareciera que la realidad, –muchas veces contradictoria y a la que el hombre se enfrenta– no los alcanza a rozar siquiera.
Nos referimos a un sentido universal en todo caso, como ese “gozne” de la humanidad para encontrar caminos de integración que decanten en “propuestas” humanizantes. Y que a través de estas “vías” el hombre se mantenga en una configuración constante de sí, como catarsis, como “herramienta” de conocimiento de la verdad de la realidad que es “dada”, como medio de expresión de la experiencia única de “lo humano”, como la forma más idónea para humanizar el mundo que habitamos y sobre todo como “instrumento” de comunión entre nuestra capacidad creadora y destructiva, sin “evadir” el problema que supone “el ser más humano”.
[1] MARCUSE, H; “Eros y civilización; IX. La Dimensión Estética”. p. 182.
En este sentido, esta reflexión no pretender ser un examen preciso y suficiente sobre la experiencia estética que revele verdades ocultas que eran evidentes; simplemente pretende dialogar sobre el asunto que nos compete, “la experiencia humana”, y de esta forma tratar de comprender las denotaciones a las que alude nuestra hipótesis sobre “el valor formativo” que posee la experiencia estética.
Retomando la idea inicial sobre las raíces de este problema filosófico por excelencia, habremos de recordar el antiguo dilema que se formuló sobre la naturaleza del hombre y la forma en que éste se constituía; a saber, si el hombre era una “dicotomía” “Alma y cuerpo”; que hace referencia a la razón, como lo característico del hombre y a “sus pasiones”.
Hablar de este asunto nos pone en el “umbral” de la discusión, pues es ahí donde sigue la filosofía preguntándose si la experiencia estética, no es más que “una parte del mundo de las pasiones o facultades inferiores” del hombre, de tal manera que puede ser soslayada en su contexto formativo.
A este punto, se juzga adecuado hacer mención de “la postura de Kant” al respecto, pues éste parece haber sintetizado la “controversia histórica” sobre el tema, cuando en su obra “Critica a la razón pura” designa “lo estético” de la siguiente manera:
“El campo que preserva la verdad de los sentidos y reconcilia, en la realidad de la libertad, las facultades “inferiores” y “superiores” del hombre: la sensualidad y el intelecto, el placer y la razón”[1]
Kant, no sólo hace un recorrido desde las raíces de la discusión sino que se entendería que articula una síntesis de tal manera que hace permisible pensar que su propuesta es el “gozne” adecuado sobre el cual se realiza la posibilidad de elucidar este potencial del hombre tan tajantemente callado.
“Kant”, en su intento de articular ambos mundos; el de la sensualidad, la percepción, el placer, la libertad, la belleza y por otro lado, el del intelecto, la compresión y el conocimiento; establece un camino de integración del hombre, al reconocer “la tercera facultad” como “la transición” del campo de la naturaleza al de la libertad que liga las facultades “altas” y “bajas”. (Deseo y conocimiento)
En esta “intuición”, todo hace indicar que significa, ya en sí un valor formativo; y sí delimitáramos más específicamente de qué “valor formativo” hablamos, diríamos que se trata del “Juicio estético”. Que por su estrecha relación con la sensualidad, y por su lugar, en medio de la experiencia conceptual y la receptividad, nos propone una “vía” de humanización, en el ejercicio de nuestras facultades en armonía.
La tentación mayor en este tipo de reflexiones, es tender a hacer absoluta la perspectiva de determinado autor, en este caso, “Kant”. Y esa no es la pretensión del presente texto. Puesto que probablemente Kant encontraba un sentido distinto al que aquí se presenta, sin embargo, su experiencia, que es ante todo “una experiencia humana” al respecto, se torna “lección” humanizante, al poner sobre la mesa de discusión ésta propuesta conciliadora en franca oposición a la postura del hombre en un mundo que clasifica sus facultades, subyugando unas para ponderar otras.
Tampoco podemos afirmar que el “valor formativo” de la “propuesta kantiana” es haber puesto el acento en la “experiencia estética” como “tercera facultad” y ya; pues eso equivaldría a reducir el pensamiento de un filosofo moderno tan preciso.
De esta manera, habría que comprender que la conciliación que propone Kant, posibilita la alternativa de que se abra nuestro panorama ante la experiencia estética, no como un “artículo de lujo”, que sólo “edifica” a sujetos muy selectos; elevándolos a rangos sociales muy altos, tanto, que pareciera que la realidad, –muchas veces contradictoria y a la que el hombre se enfrenta– no los alcanza a rozar siquiera.
Nos referimos a un sentido universal en todo caso, como ese “gozne” de la humanidad para encontrar caminos de integración que decanten en “propuestas” humanizantes. Y que a través de estas “vías” el hombre se mantenga en una configuración constante de sí, como catarsis, como “herramienta” de conocimiento de la verdad de la realidad que es “dada”, como medio de expresión de la experiencia única de “lo humano”, como la forma más idónea para humanizar el mundo que habitamos y sobre todo como “instrumento” de comunión entre nuestra capacidad creadora y destructiva, sin “evadir” el problema que supone “el ser más humano”.
[1] MARCUSE, H; “Eros y civilización; IX. La Dimensión Estética”. p. 182.
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