viernes, marzo 14

El Trabajo

La noción de trabajo en la actualidad posee significados distintos que es necesario ir separando, para llegar a la noción más especifica de lo que el trabajo significa para el hombre; pues después de todo es a partir de la conciencia humana que el trabajo adquiere importancia para su propio desarrollo y supervivencia.

En el trabajo confluyen varios conceptos que siempre están sujetos a valoraciones, tales como el tiempo, el esfuerzo, el salario, etcétera. Pero frente a este flujo de concepciones hay que hacer la descripción de los hechos, que nos ayude a comprender como el trabajo es visto y vivido; y cómo desde una visión antropológica podemos darle el sentido pleno que potencie las capacidades humanas. La descripción no es tarea fácil, sin embargo, hay que decir que el trabajo se vive como una actividad inexcusable para la satisfacción de necesidades humanas, basada en un intercambio injusto de la propia vida y potencialidades por un salario injustamente adjudicado por un sistema, que sin la intervención del yo que se desgasta, fija las valoraciones numéricas o de utilidad según la demanda. Esto suena a trabalenguas, no obstante, el trabajo ha sido clasificado por el sistema capitalista como una mercancía, donde el trabajador se convierte en valor de cambio, que le da posibilidades de adquirir productos y servicios para el sostenimiento de su vida corporal. Esto pone al hombre, al ser humano; ya no en el ser lleno de posibilidades, que es capaz de crear y desarrollarse, sino en un ser vivo que realiza una actividad que requiere un esfuerzo para obtener así el alimento y la protección ineludible para extender su existencia en el mundo.

La concepción humanista y antropológica del trabajo, sitúa a éste, como menciona Ocaña[1], como “hacer algo”. Que se convierte en la realización de algo que construya, imprimiendo en la naturaleza un sentido o forma más humana; que conserve algo para los demás en su sentido más trascendente -y no meramente como un trabajar para otros, que dependen económicamente de la remuneración del propio trabajo para subsistir-. Esto indudablemente que matiza dramáticamente la concepción que coloca al trabajo en un valor de uso, que es a la vez valor de cambio, donde todo se mide en escala numérica.

Frente a esta realidad que hace del trabajo una actividad enajenante, para otro y no para si mismo, encierra al trabajo bajo su aspecto económico siendo que es una dimensión antropológica como ya se menciono en anteriores líneas. Y que pone sobre la mesa la cuestión de que es lo más importante, ¿Trabajar para vivir? Ó ¡Vivir para trabajar! Todo esto nos lleva a constatar que indudablemente en la actualidad la dimensión económica está en el centro de la cultura, cuando el trabajo es un deber-derecho en sentido humano.

Toda esta reflexión no estaría completa si se quedara alejada de la realidad, la cual nos interpela; y dentro de la cual las relaciones sociales se han supeditado de manera conjunta al ambiente económico que les arrebata su indudable valor humano.

Se requiere indudablemente de una reconsideración de la concepción de trabajo, como realización de una actividad que construya y conserve no sólo el propio entorno sino la persona en su cabal integridad. Que además sea retribuido de manera justa, de forma que asegure la satisfacción básica de las necesidades humanas, sin soslayar el espacio preciso donde el hombre despliegue su potencialidad. Esto dentro de un sistema económico cuya maquinaria es tan pesada y difícil de penetrar, requiere de estrategias sagaces, que conviertan de manera procesual el intercambio económico, cuidando su dimensión humana.

En la actualidad existen varios esfuerzos que han pretendido y pretenden iniciar un movimiento de tal talante. Como es el ejemplo del comercio justo, que a partir de cooperativas y de modos de trabajar comenzando con principios como la solidaridad y gratuidad, que van generando nuevas alternativas económicas justas.

Tal vez pareciera muy limitada mi visión, pero, me atrevo a sugerir, a partir de la propia experiencia. Que el sistema comunitario de los indígenas (Tekio) puede arrojar luces y varias constataciones, donde lo central es el bien común, que significa un trabajo que satisface las necesidades del otro mediante actividades que fomentan un desarrollo más humano y fortalecen las relaciones éticas entre los individuos de la comunidad, además que son remunerados muchas veces con algún trabajo o servicio que se requiera por la otra parte. Y que indudablemente no genera riquezas exorbitantes como las el capitalismo sajón, pero que sin embargo, propicia una cultura más humana, que es praxis en un sentido univoco.


[1] OCAÑA, Antonio, Ensayo fenomenológico sobre el trabajo y su valor.

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