domingo, marzo 30

El padre de la modernidad. Descartes

El hombre a través de su reflexión filosófica se ha cuestionado sobre su vida y ha intentado interpretar el mundo donde vive. En la filosofía antigua esa pregunta sobre las cosas en general se convirtió en la búsqueda del “ser de las cosas”, de aquello que hace que las cosas sean, el “en si”. Decido escoger este tema pues me ha resultado interesante en primer lugar la búsqueda que Descartes inicia. Y que anhela hacerse de verdades donde la duda ya no sea más un fantasma que limite nuestro conocimiento.
Esta ardua investigación filosófica fue adquiriendo distintos matices y a su vez ha ido aportando distintos elementos de fundamentación. Fue Aristóteles quien a través de sus escritos sobre la naturaleza, establece el alcance y las propiedades del ser, a lo que llamó “filosofía primera”, recibiendo el nombre de Metafísica. De esta manera, Aristóteles intentó definir el “ser”, abogando por la existencia de un ser divino, al que se describe como “Primer Motor”, responsable de la unidad y significación de la naturaleza. Así, Dios, en su calidad de ser perfecto, es por consiguiente el ejemplo al que aspiran todos los seres del mundo, ya que desean participar de la perfección. De este modo, Aristóteles aporta la nueva noción de causalidad.
Este camino de investigación se construyó sobre la base del sistema de razonamientos que Aristóteles desarrollo y ordeno, llamándolo en conjunto Organon (‘instrumento’), que proporciona los medios con los que se ha de alcanzar el conocimiento positivo. A través de reglas que sirven para establecer un razonamiento encadenado que, si se respeta, no produciría nunca falsas conclusiones si la reflexión partía de premisas verdaderas (reglas de validez) Dicho método fue sólido e incuestionable durante mucho tiempo; pero, esta situación comienza a cambiar. Es en la modernidad cuando se comienza a repudiar a la dialéctica y al silogismo como método fundamental del conocimiento.
Estableciendo a la par, la observación directa de las cosas, como el sustituto en torno a la búsqueda de la esencia; pues se arguye que es el espíritu el que se enfrenta a la experiencia -interior y exterior- de manera franca, la cual, parece abrir una fuente de conocimientos más segura.
Esta nueva conciencia parece ir configurando la idea de un ‘nuevo Organon’; recordemos además que la filosofía de la naturaleza de la época ostentaba como idea central la comprensión del espíritu como un objeto entre otros. Aquí es donde se sitúa el punto central del presente texto. Dentro de la reflexión sobre el conocimiento humano que considera a Dios como fundamento de lo absoluto y universal. Como ya se mencionó, el método usado hasta antes de la modernidad, tendía totalmente a describir las ‘formas’ de las cosas, y de alguna manera acercaba al hombre a las fuentes del conocimiento.
Descartes es quien debido a su ardua búsqueda de un contenido total del conocimiento ‘puro’, le asigna una nueva función al método.
Preguntándose a partir del supuesto de que si el universo se presenta ante los sentidos algunas veces muy claro y otras irregular. ¿Será posible encontrar algo que sea como un fundamento único y común? Esto abrió el camino de Descartes. Al ya no concebir un mundo de objetos sino un mundo de conocimientos. El filósofo se cuestiona fuertemente la posibilidad real de indagar los misterios de la naturaleza. Y propone meditar sobre el modo en que el espíritu se conduce; señalando sus límites, por tratarse de algo que está en nosotros. Y aquí es donde podemos esclarecer el asunto que versa sobre la doble interpretación que encontramos sobre el pensamiento de Descartes. De tal suerte, que una de esas posturas, asegura a Dios, en última instancia como fundamento de la nueva función que Descartes da al método. Y por otro lado, nos encontramos con la interpretación sobre la metafísica de Descartes como un sistema circular en dónde no se da una relación legítima entre las pruebas de Dios y las percepciones claras y distintas. Haciendo suponer que la mención que el filósofo hace de Dios, es de cierta “conveniencia”. Asegurando que este giro “cartesiano” se aleja de toda explicación basada en Dios como fundamento y más bien nos lleva a suponer que se corresponde con el ideal histórico del humanismo, basado en el principio de que las personas son seres racionales que poseen en sí mismas capacidad para hallar la verdad y practicar el bien.
Podemos darnos cuenta, que cada interpretación ha intentado dilucidar el criterio de verdad que Descartes postuló. Pero acerquémonos a ellas para después extraer de su confrontación algunas consideraciones al respecto.
Iniciemos planteando la primera postura. Descartes, utiliza el símil de Plotino, para explicar su nueva postura. ‘La luz del sol no cambia por efecto de la diversidad de las cosas que ilumina’. Éste le sirve para establecer que la sabiduría humana es una, idéntica e invariable y que por muy distintos que sean los objetos sobre los que se proyecte, éstos no la hacen cambiar interiormente[1]. La crítica que recibe Descartes al invocar dicho símil versa sobre la imposibilidad del intelecto humano de poder aclararse a sí mismo plena y satisfactoriamente. A semejanza del ojo humano, que al ver todas las cosas no puede verse a sí mismo. Ante lo cual Descartes opone su nueva concepción de la conciencia de sí mismo, como primer objeto que nos sale al paso en la serie de verdades.
A este punto, se observa como Descartes asigna una nueva función al método y con ello provoca un giro en la concepción escolástica, buscadora de la esencia.
Como sabemos Descartes inicia el camino hacia otro método, reuniendo las mejores cualidades de las ciencias que él considero fundamentales. La lógica, por su construcción rigurosamente deductiva y por su postulación de fundamentos evidentes en la argumentación. Y las matemáticas, por el concepto de ordenación y medida. Esto llevó a Descartes a establecer una ciencia pura de las relaciones y proporciones como criterio general de unidad.
Descartes intenta dilucidar lo que hay de permanente a través de los cambios de los fenómenos, ya no en la forma de la cosa; sino evadiendo el error de la escolástica, (cayendo en descripciones y exposiciones de los hechos) en lugar del descubrimiento y la investigación. Con ello se propone el aseguramiento del saber y de como estos se relacionan en orden a nuestro conocimiento. Dichas relaciones determinadas por su contenido se van estructurando de manera progresiva hasta llegar a establecer realidades más complejas; de aquí que el análisis sea tan importante para Descartes. Este modo facilita en primer lugar, el deslindamiento del problema y ayuda a la comprensión plena del mismo, lo que significa en último caso la posesión de un contenido de conocimiento, que facilitaría la solución futura del problema. Contrario al método dialéctico que partía de premisas establecidas previamente conocidas, como contenido de la conclusión, o sea, no generaba conocimiento sino que simplemente lo comprobaba[2].
Pues bien, para Descartes el análisis matemático nos llevará a adentrarnos a fondo en el problema sin recurrir a alguna instancia externa sino en su descomposición en las partes que lo forman, para hacerlas comprensibles. Esta proyección del pensamiento revela ante nosotros la primera verdad fundamental que brota de la duda, o sea, que no tenemos certeza, la cual se asienta ahora como la nueva convicción indudable. Esto sugiere la comprensión no del sujeto sino del pensamiento, creando así un criterio o pauta.
Lo primero es conocer y examinar los ‘instrumentos del conocer’, no pasivamente sino creando por nuestra cuenta los medios y condiciones del saber. Que sea el intelecto el primero que se asegure de su propia verdad y capacidad. Que adquiera la certeza fundamental de sí mismo. No se trata de deducir de un concepto general y abstracto la certeza de lo concreto; o sea, no se trata de definir alguna cosa en este caso “la conciencia” a manera de un concepto lógico genérico (seleccionando y agrupando) para dar determinadas características genéricas que se repitan en todos y cada una de sus determinaciones. Por el contrario, lo propio es comprenderla y retenerla en su función directa, en aquello que nos aporta; y que no puede ser concebido nunca como un conjunto de cualidades quietas y constantes, de lo que se sigue que no es en su ser genérico, en lo que se revela ante nosotros y donde está su afirmación fundamental.
Para esto hay que comprender primero ¿Qué es lo que el pensamiento entiende por el objeto, o sea, que cualidad o a qué naturaleza le atribuye éste, el nombre de existencia? ¿Dónde reside la identidad que se queda como lo permanente a pesar de los cambios en el fenómeno y en lo perceptible del objeto?
Un objeto, sin dejar de ser lo que es, adopta innumerables formas y magnitudes distintas. Por lo tanto, no puede ser en dichas formas donde se sitúe lo que hace que el objeto sea uno y el mismo. Además, recordemos que la fantasía de los sentidos nos puede hacer representar la unidad buscada en el objeto a través de lo percibido. No obstante, es el entendimiento puro el que refiere a un centro común lo múltiple. Esto nos explica que el conocimiento de nuestro espíritu es lo más cierto que cualquier otro conocimiento. Ya que no podemos conocer ningún objeto sin confirmar con ello nuestro propio ser pensante y de paso, aunque sea de manera indirecta, cerciorarnos de su existencia.
Descartes en su teoría de la percepción, propone que el conocimiento de las cosas no es suministrado al espíritu por medio de imágenes que se asemejan en todas sus partes a los objetos de que proceden. Lo que media entre sensación y objeto no es la coincidencia material sino el desvelamiento de las relaciones armónicas entre ambos momentos. Es decir, las sensaciones representan análogamente las relaciones entre el objeto y el espíritu. Así, al parecer es que Descartes rompe con el realismo ingenuo del medioevo. Al quedar establecidas las bases del idealismo: En la proclamación de la no posibilidad de una correspondencia exacta. Lo único verdadero que afirma Descartes es la idea clara y distinta que da cuenta de las relaciones con lo real, como obra del intelecto y deducción racional, más que mera constatación sensible de la forma de las cosas.
Esta idea no proviene de los sentidos, pues en muchas ocasiones las percepciones resultan contradictorias y cómo entonces confiarnos de ellas. Por el contrario, es el intelecto que escuchando los fundamentos de las percepciones contradictorias es capaz de concebir el contenido a que nos remiten y representarlo en ideas, que por provenir de nuestra capacidad de pensamiento las podemos denominar ‘ideas innatas’, pues están contenidas potencialmente en nosotros. Pero sobre todo, es cuando el cerebro pone en relación los contenidos que haya guardado la memoria. Por lo tanto, ni la imaginación, ni nuestros sentidos pueden darnos la certeza de una cosa, a menos, que coopere con ellos nuestro entendimiento. Sólo el juicio crea y garantiza la existencia objetiva, más allá de las meras sensaciones.
La aseveración anterior, lleva la propuesta idealista de Descartes al problema que ésta ha enfrentado desde su origen. A saber, si lo que conocemos no depende de las sensaciones y no podemos constatarlo más que por nuestro entendimiento; se crea un solipsismo, un encerramiento de la conciencia. -Aquí es donde al parecer Dios juega un papel importante en esta interpretación de la filosofía cartesiana-
Frente a esta dificultad, Descartes se percata que la aplicación de las hipótesis y abstracciones matemáticas sólo dan una certeza aproximada. Condición, que desdibuja un poco su proyecto de conocimiento total. Además de que la absolutización del concepto de verdad lo conduce a absolutizar el concepto de ser. -Su argumentación ontológica encuentra confirmación y complemento en la reflexión del concepto de lo infinito-
Derivando así en la constatación de que sólo “el verdadero” que contiene y abarca el ser real, es el “original”, al cual hay que buscar más allá de la ciencia, (Dios). Esto lo lleva a constatar que las verdades eternas de la geometría y la lógica sólo son validas porque Dios les ha conferido ese valor, lo cual es producto de su libre albedrío, no limitado por nada[3]. Por todo esto, vemos como Descartes en última instancia llega a Dios.
Es en este punto donde encaja la otra interpretación sobre la metafísica cartesiana, asegurando que Descartes la utiliza como una “reacción conveniente”, ante el ambiente de su época o por motivos personales. Ya que suena contrario que el Padre de la modernidad que rediseñó los requisitos de investigación (método) para no continuar con una búsqueda deliberada de la verdad sino un modelo para adquirir creencias verdaderas, se halla afirmado en un argumento medieval. Contrario a esto, la postura sostiene que el filósofo superó con su nuevo modo de plantear el método la concepción medieval.
El proyecto temporal de Descartes es ver las cosas dentro de la perspectiva del investigador puro.
Este camino netamente racional busca un método para adquirir creencias verdaderas libres totalmente de error, se trata de un método a prueba de error, que no produzca creencias falsas y que su aplicación garantice la verdad. Y que por lo tanto dicha búsqueda se convierta en la búsqueda del conocimiento y sea la búsqueda de la certeza.
Ahora, el investigador sabe que algunas de sus creencias son falsas, pues no poseía un método a prueba de error ante la adquisición de sus antiguas creencias. Esto hace que el sujeto preserve primero las creencias actuales que sean genuinamente ciertas dejando de lado las que no lo son.
El método de la duda es para alguien que se quiere dedicar únicamente a la búsqueda de la verdad.
Cualquier ocasión de percepción podría equivocarnos, pues podríamos estar soñando. El punto es que ninguna situación dada puede seleccionarse como aquella en la cual no sea posible que este soñando.
Descartes avanza de la posibilidad universal de la ilusión a la posibilidad de la ilusión universal.
Si en algo detecta la posibilidad de duda se abstiene de dichas creencias; sin creer necesariamente que todas ellas son falsas o que pudieran ser falsas.
Pero para el investigador puro es importante en orden a su proyecto de maximizar la proporción de verdad.
La duda como vemos se extiende a Dios y al pasado como a lo perceptible (la duda hiperbólica).
La idea que se defiende es que una creencia falsa puede ser la condición de que yo adquiera o retenga muchas otras creencias falsas, mediante sus relaciones lógicas.
Primero porque al hacer mi ajuste, acomodando mis creencias conforme a un presupuesto falso, esto resultaría peor. O segundo, llegar a verdades por azar.
Lo importante para Descartes es que las propias creencias pueden implicar una proposición falsa. Ya que todas las propias creencias preceptúales implican –como él supone- la posible proposición falsa acerca de los objetos externos a uno mismo.
Nuestras creencias no pueden ser ciertas en tanto impliquen o presupongan proposiciones que aún sean inciertas.
De acuerdo, dudo, pero restablezco la creencia en un mundo físico, en el entendido que no nos confundamos con su contenido.
Descartes pretende que si conducimos nuestros métodos de investigación en la vida cotidiana con la mente clara y racionalmente, llegaremos de hecho, a conocer verdades acerca del mundo; y nuestras concepciones del mundo no serán sistemáticamente deformes o erróneas. Esa es la meta básica del método al contrario de la búsqueda de fundamentos del conocimiento.
Descartes busca los fundamentos de la posibilidad del conocimiento. De esta manera, si el proyecto de investigación pura puede tener éxito entonces el conocimiento es posible.
Un proyecto de investigación pura supone a la duda hiperbólica y si el proyecto puede verse como si proporcionara los fundamentos de la posibilidad del conocimiento esto implica que sin él, existe la duda acerca de la posibilidad de conocimiento, una duda que si es exitosa el proyecto puede investigar.
La duda acerca de la posibilidad es escéptica. El método es escepticismo que se anula para responder las dudas escépticas.
Si el investigador puede llegar al reconocimiento de algunas certezas –ese reconocimiento de algunas certezas- puede generar sobre la marcha los estados de conocimiento que permanecen en la investigación y en la vida cotidiana.
Cada quien tiene una representación del mundo o parte de él, estas pueden diferir entre sí, para lo cual hay explicaciones. Ahora, si la perspectiva de A y B es de una misma realidad se tendría que formar una concepción del mundo que contenga a A y B y sus respectivas representaciones; ellos puede darse cuenta de ello y eso implica que se alejen de las formas originarias de representarse esos aspectos del mundo. Esto nos lleva a una representación más amplia, pero ésta seguiría siendo representación (que abarca las propias creencias, conceptualizaciones, experiencias preceptúales y supuestos de leyes de la naturaleza) Lo contrario es decir, no formamos esta concepción seria que no tenemos ninguna concepción adecuada de la realidad que esta ahí, o sea de la concepción absoluta de la realidad.
Si el conocimiento es posible entonces la concepción absoluta también.
Superar cualquier prejuicio, distorsión, parcialidad sistemática en nuestra perspectiva como un todo, obtener la posición absoluta desde la cual se entienda la relación con la realidad y relacionarse globalmente con otras representaciones concebibles.
La investigación pura, investigar de verdad, pretende la certeza contra cualquier duda concebida.
¿Si una concepción absoluta existe, ésta tiene que basarse en la certeza? Puede ser que la búsqueda de certeza sea un camino hacia el conocimiento absoluto y si no hay posibilidad y la concepción absoluta es ilusión. ¿El conocimiento requiere una concepción absoluta?
Por lo tanto, si la requiere y eso es imposible, entonces el conocimiento es imposible.
Descartes se pregunta ¿Qué puedo yo conocer? ¿Qué se conoce? ¿Qué es lo que yo puedo saber que es el conocimiento?
Si tomamos la investigación pura como camino esencial hacia la teoría del conocimiento: Asumimos que cualquier conocimiento que existe es un conocimiento reflexivo de la persona. Y que una persona que sabe “algo” debería poder recobrar ese conocimiento en la reflexión y poder sostener justificadamente “yo sé que tal”, o sea si alguien sabe, debería saber que sabe.
Esto nos remite a las ideas, a saber, al innatismo, que supone formalmente que hay una capacidad diferenciada para aprender, independiente de la experiencia. Descartes dice que por la razón se descubre que la posesión de una idea necesita una causa, incluso las ideas innatas – aquí utiliza un argumento medieval, el de la doctrina de los grados de la realidad-
Descartes en su investigación sin supuestos, considera a las ideas como modos del pensamiento.
Todas las ideas tienen un mismo grado de realidad formal y distintos grados de realidad objetiva.
Descartes se encuentra en estado de duda y desea conocer más lo que conoce. Esto lo lleva a constatar que él, que es alguien imperfecto duda; pero entonces debe existir un ser perfecto libre de toda duda y limitación que sabría todo lo cognoscible y sabría que lo sabría.
Tiene que afirmar que posee una idea perfectamente clara y distinta de Dios como ser realmente infinito que reúne las perfecciones infinitas en una unidad real. Si no, será vulnerable a las objeciones de que no concibe a Dios como realmente infinito. Y que su noción es vaga de un ser indefinidamente grande. Pero él piensa que para alguien finito es inaccesible concebir la infinitud de Dios por lo cual afirma que concibe clara y distintamente que Dios es realmente infinito, pero no cómo es él. Aquí es donde las dos interpretaciones se confrontan.

CONCLUSIONES

Ahora bien, El problema no es afirmar que es circular el sistema de Descartes, ni tampoco que hay relaciones ilegitimas entre las pruebas de Dios y las percepciones claras y distintas. El problema es que las pruebas de Dios son inválidas y no convencen. Descartes las toma por válidas, por factores históricos y temperamentales que nosotros no aceptamos.
Estas afirmaciones son las que se han utilizado para rebatir la primera postura sobre Descartes. Ahora bien, la empresa que emprendió Descartes y que se centra tanto en la certeza, pues corre riesgos similares. Incluso en la segunda postura se asegura que para Descartes, Dios garantiza que haya un mundo que existe independiente de nuestro pensamiento, justificando la concepción de cómo el mundo es objetivamente, una concepción que nos incluye relacionados comprensiblemente con ese mundo.
Sin embargo tampoco podemos hacer tajantemente a un lado la primera postura, cuando Descartes, según lo descrito establece a Dios como criterio de verdad. Pues primero habrá que distinguir, que mientras para los escolásticos Dios es el punto de partida, para Descartes será lo contrario. Además que no se trata de la demostración de Dios en Descartes sino de la naturaleza del mundo corpóreo y las leyes inmanentes.- ¿Qué podía hacer Descartes? Si decía que por las sensaciones es por donde se puede deducir la existencia de las causas trascendentes de las cosas, estaría cayendo en el error en que estaba el realismo ingenuo y aquel método tan fundamental que augura la obtención del conocimiento total se vendría por tierra.
Ahora bien, tendremos que comprender que aunque Descartes al iniciar esta búsqueda, rompió con lo que ya desde hace tiempo venía cuestionándose, a saber, desde Nicolás de Cusa, cuando establece al “incomprensible” Descartes no podía desembarazarse de las concepciones que en su época limitaban el conocimiento. Y que esto no le arrebata para nada el mérito al Padre de la modernidad por haber hecho mención de algo que ya estaba en el ambiente y que el humanismo apuntaba. Es más, recordemos que el mismo filósofo que anhelaba encontrar un método que fuera capaz de generar creencias verdaderas y libres de error, afirmaba que un hombre que creyese que algunas, pero no todas las creencias preceptúales están equivocadas, no sabría cuales son cuales y, buscando en esa estrategia de no aceptar ninguna de ellas; sería un hombre que esta adoptando ciertas valoraciones, es decir devaluaría el error y preferiría no tener creencias a tener una falsa, lo cual resulta absurdo en la vida cotidiana. Es decir, no podemos simplemente quedarnos en una valoración relativista, sino precisamente ir más allá (concepción absoluta), favoreciendo una mirada más en totalidad de la representación del mundo como una entre varias. En caso contrario estaríamos negando la posibilidad de conocimiento total, tal como Descartes lo pretende, y aunque esto sea ideal, por ahora, pues si supone una nueva manera de conocer. En esta negación de Dios (concepción absoluta), caeríamos en el solipsismo de nueva cuenta.
En última instancia si este fracaso cartesiano es igual al fracaso de la búsqueda sistemática de la certeza, entonces hay tres opciones: primero, abandonar la supuesta relación entre conocimiento y posibilidad de la concepción absoluta e intentar aclarar una noción de conocimiento que funcione sin la concepción absoluta, sin la idea de que hay una. En segundo lugar, conservar la relación entre conocimiento y posibilidad de concepción absoluta y por lo tanto, negar la posibilidad de conocimiento.

BIBLIOGRAFIA

BENÍTEZ, Laura; “El mundo de René Descartes”, Colección “Cuadernos” Nº 59, Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM, México.

CASSIRER, Ernst; “El problema del conocimiento”, tomo I, Fondo de Cultura Económica, México.

ESTRADA, Juan Antonio; “Dios en las tradiciones filosóficas. 2. De la muerte de Dios a la crisis del sujeto”, colección “Paradigmas”, Biblioteca de Ciencias de las Religiones, Editorial Trotta, Madrid.

[1] Ya Giordano Bruno había echado mano de este símil para expresar la ‘participación’ del individuo en el absoluto, ilustrando como el todo/uno conserva su identidad continua e inmutable, pese a las múltiples formas en que se refleja.
[2] El modo escolástico al pretender establecer el “ser de las cosas”, buscaba fundamentar en dicha descripción, el conocimiento obtenido. Pero para Descartes, no es en lo externo y trascendente donde se encuentran la respuestas a los problemas, sino en el conocimiento como unidad, que contiene en sí las premisas generales y suficientes para resolver el problema.

[3] De esta manera vemos como Descartes invoca el principio platónico de la ‘reminiscencia’ (según el cual el auténtico saber no le es inculcado al alma desde fuera sino que brota de ella misma y es creado por ella, aunque las impresiones recibidas del exterior le sirvan de ocasión y asidero) para ilustrar el nacimiento de los conocimientos matemáticos.

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