JOSEP CORBELLA: Estamos en África hace dos millones y medio de años. Acaba de aparecer un primate inusual, el primer representante del género humano. ¿Qué significa ser humano? ¿Qué tiene de humano aquel primate que no tuvieran los de hace tres millones de años?
EUDALD CARBONELL: Lo que nos ha convertido en humanos es la tecnología. Los humanos básicamente fabricamos utensilios, y eso es lo que empezó a hacer aquella gente de hace dos millones y medio de años. Nosotros no estamos sometidos sólo a la selección natural sino también a la selección técnica, y es esta selección técnica la que ha provocado que a lo largo de la historia unos grupos humanos hayan tenido más éxito que otros.
–Pero ¿la selección técnica no es una forma de selección natural? Al fin y al cabo, los humanos somos animales y todo lo que hacemos, aunque sea resolver ecuaciones, lo hacemos porque nuestra biología nos lo permite.
–Pero no es lo mismo. Somos un organismo biológico, de acuerdo. Pero nos diferenciamos de las otras formas de vida en que tenemos una inteligencia operativa muy desarrollada, no sólo una inteligencia natural como la que permite a un gorila comprender su entorno, sino una inteligencia que nos permite fabricar objetos. Y nos diferenciamos también en que hemos entendido que tenemos un tiempo de vida y un espacio donde vivimos. Nosotros somos capaces de cuestionarnos acerca de nuestro origen y nuestro destino, cosa que no hace ningún otro animal. Somos conscientes de que moriremos.
–Y aparte del hecho de ser conscientes de que moriremos, ¿cuáles son los rasgos distintivos de los humanos?
–Por un lado están los estrictamente biológicos, como el bipedismo, la estructura de las manos, con un pulgar que puede oponerse para pinzar, la visión en terrenos abiertos...Pero todas estás características son anteriores a la aparición del género humano. Son el sustrato biológico sobre el que se sustentan las adquisiciones culturales que ya son plenamente humanas: la producción de herramientas, el dominio del fuego, el lenguaje, el arte, la religión...
–Estas adquisiciones culturales, ¿ya las habían hecho los primeros humanos?
–La única de estas adquisiciones que habían hecho los primeros representantes del género Homo era probablemente la producción de herramientas. Las otras aparecen más tarde en la evolución. No hay una Creación en el sentido bíblico que hace que un día aparezcan de repente los humanos con todas las características humanas. Es un proceso lento y gradual que culminó hace unos 400.000 años.
–¿Culminó en qué sentido?
–En el sentido de que en esa fecha se cruza una frontera decisiva. En muy poco tiempo, aparecen las primeras formas de arte, los primeros entierros, la producción del fuego y otras adquisiciones que definen lo que nosotros entendemos por ser humano[1].
¿Crónica de una muerte anunciada? El relato de nuestro nacimiento, ha sido resumido en las anteriores líneas, y queda claro qué fue lo que propició este nacimiento: La tecnología; la fabricación no sólo de objetos sino de aquellas adquisiciones culturales plenamente humanas.
Este hecho tan evidente, supone algo latente. Un paso, una culminación; ¿de qué?, Pregunta Carbonell. Hablamos del cruce de una frontera decisiva. ¿Y qué se decidía? Ó ¿Qué se decidió? El futuro del hombre, su presente, su trascendencia.
Conocemos datos acerca de cómo el ser humano a diferencia de los animales, experimenta una reducción en sus instintos. Situación que lo hace estar en conciencia del tiempo, del lugar donde vive, del propio origen y destino, de la muerte.
¿Existe la posibilidad de que hallamos superado a la muerte? Probablemente estemos en un plano de trascendencia que requiere de su aseguramiento en el día a día.
Hemos pasado como especie del anonimato, a la plena revelación dentro del Reino Animal; hemos muerto a su sometimiento instintivo y hemos trascendido.
Escapamos a la inconsciencia y lo hicimos creando, fabricando, elaborando. La capacidad existe, tenemos una apertura biológica que no es cualquier cosa. Es una gracia; es sin duda un potencial inexplorado.
El esfuerzo utilizado entonces, no podía ser considerado trabajo, ya que, no había tal división. La recolección de frutos silvestres era como una fiesta: se trataba de encontrarse con algo apetitoso y comérselo. Se trataba indudablemente del paraíso. La utopía estaba realizada. La plenitud estaba a flor de piel, todo era creación, la humanización estaba a la puerta. Por supuesto, las vicisitudes de una especie que busca sobrevivir y que lucha contra los enemigos estuvieron presentes, no lo dudamos.
Podríamos pensar que aunque abierto y tal vez indefinido, aquel camino primigenio de humanización daba frutos palpables. Todo se fue haciendo complejo, cada vez más crecimiento, cada vez más conciencia. Aquel homínido ya no lo era, ahora estaba organizado, ahora tenía ya un lugar, un espacio propio donde guarecerse y continuar creciendo: la cultura; entendida como hecho único e inédito donde se funda todo lo que comprende “Lo humano”, como aquello que es propio de ese ser vivo que trascendió lo biológico, como un arma de dos filos –la conciencia-; el conocimiento de ser vivo y de enfrentar una realidad que le era intensa y por lo tanto necesitaba de un plus, que le asegurará su supervivencia a un estilo propio, creando su mundo; un mundo distinto del que había surgido.
La construcción de la cultura requiere sin duda, de nuestro esfuerzo, actividad, de nuestro trabajo. De un “hacer algo”[2] que por tratarse de una acción creadora, construye al hombre y lo humaniza.
¿Qué pasó con la fiesta? ¿Qué paso con el trabajo? ¡La acción creadora!
Sin embargo, la historia revela que la ambición y curiosidad del hombre, desataron el progreso. Una noción que configuró un modo de ser más disciplinado y hasta frívolo de la acción creadora del hombre. Ahora la fiesta ya no estaba en el panorama. La actividad humana transformadora, ya no era en sí algo que humanizara. La historia había tomado rumbos desconocidos, aunque posibilitantes. Recordemos la apertura, el plus ontológico.
En este sentido, la historia deja de ser el espacio de reconocimiento mutuo. Ya no se estaba realizando la tarea del hombre; no se garantizaba un mundo donde se viviese más auténticamente la existencia humana[3]. El progreso se había vuelto esclerotizador de nuestras capacidades generador de nuevos rostros del hombre: El poder sobre otros, el dominio de la riqueza, las diferencias culturales, o sea, la diversidad y pluralidad que nuestras sociedades viven, ante las cuales muchas veces el hombre ha experimentado impotencia e incertidumbre.
El trabajo convertido en esfuerzo estéril que sabe a sudor y cansancio. La fiesta y el juego, que en otro momento habían sido principio de la civilización, en virtud de que su desarrollo ofrecía la cobertura de las necesidades humanas. Ahora, eran nostalgia y cansancio, un remedo de la necesidad, felizmente desconectado de ella.
¿Una disyuntiva?, ¡Una historia! Marta y María, que reciben a Jesús en su casa (Lucas 10, 38–42) Marta se dedica a atenderlo y María a escucharlo, hasta que Marta se impacienta: ¿Te parece bien que me deje todo el trabajo? Dile que me ayude. -La respuesta ha servido para legitimar la vida contemplativa-: Marta, Marta, te ocupas y preocupas de mil cosas, pero una sola es necesaria, la que tu hermana prefirió. Unas páginas después (Lucas 12, 24), Jesús pone como ejemplo de perfección, no al labrador que se gana el pan con el sudor de su frente, sino a los cuervos que ni siembran, ni cosechan, ni guardan para el día de mañana, pero Dios les da de comer. Una sola cosa es necesaria: La fiesta, no los preparativos para ella. ¿Entonces ya no hay que realizar cosas prácticas? ¿Se justifica que algunos tengan derecho a olvidarlas y aprovecharse del trabajo de otros?
El progreso hizo del trabajo una degradación, y lo ha cubierto de valoraciones en todos los sentidos excepto el más importante: la producción de algo valioso (Lo humano)
Todo ha sido construir paraísos artificiales, donde el juego es trabajo y simulacro de felicidad y distracción.
Cuando el homínido creaba y forjaba su historia de humanización, era feliz produciendo, transformaba su necesidad en libertad de hacerlo; en el paraíso no hay nostalgia del paraíso. Cuando se tiene lo que ya no se espera, se tiene todo lo necesario, no se engendra la espera. Los homínidos en su apertura no preveían, no esperaban, sólo construían. Indudablemente que es vital que el hombre continúe haciendo y rehaciendo, que permanezca creando modelos de humanidad y en todo caso, creando el lugar ulterior, la realidad plenamente humana.
Si el camino es amplio. ¿Por qué insistimos en recorrer sólo una pequeña porción de él? Explorar el camino nos pone de frente a la pérdida, a lo adverso del recorrido, a nuestra libertad. La utopía ha vuelto a ser el lugar que hay que construir, la esperanza nos acompaña, es nuestra guía.
Las tribus recolectoras, en la época primitiva, y en el caso mexicano; algunas comunidades indígenas todavía en la actualidad; no trabajan: conversan, se relacionan mientras cultivan o cosechan por la milpa; no trabajan: juegan, mientras andan de cacería o de pesca. Viven de otro modo, para ellos es normal; el trabajo los construye, quienes no trabaja no crecen; no es como en el capitalismo, una pausa, una distracción o suspensión de la vida cotidiana. Pero la amenaza ha llegado, pues la valoración que ellos hacen del trabajo, no les da de comer, no satisface sus necesidades. ¿Cómo seguir viviendo en plenitud y trascendencia, si el nivel más básico de la estructura humana (lo orgánico) no está satisfecho?
¿Qué paraíso se tiene que construir? ¿El de la vida activa y contemplativa al mismo tiempo?
Resulta indispensable no soslayar los imperativos de la necesidad, no subordinarlos al progreso voraz e inhumano. Al parecer, se requiere que creación, juego, comunión y libertad no sean conceptos lejanos; que el paraíso sea creador y transformador de nosotros mismos. Que frente a la alteridad podamos ejercer un diálogo fecundo que en última instancia genere un encuentro significativo que hable de la experiencia humana como un vasto mosaico que refleja un conocimiento común. Por lo tanto, la cultura tendría que ser no sólo un dato aglutinador y de referencia, sobre el origen y certeza, de que las diferencias entre los humanos de distintos ambientes son accidentes realmente y no la esencia. Sino sobre todo el “configurador” de “lo humano” por excelencia[4].
Volvamos al inicio del texto y observemos que paso con nuestro planteamiento inicial. ¿Qué se decidía? Ó ¿Qué se decidió, en el paso o culminación de que hablan Eudald Carbonell y Josep Corbella?
Parece, que según lo expuesto, el mismo hecho biológico que hizo del hombre saltar a la humanidad, es un acontecimiento de trascendencia en sí, y que al principio se fue fortaleciendo a través de la cultura. El ambiente artificial que el mismo hombre fue configurando con su actividad creadora y transformadora de la realidad interna y externa. Hablamos de una actividad creadora con una amplitud tremenda, que ofrece millones de posibilidades, sin embargo, también ofrece grandes riesgos de indefinición o margen de error. Pero volviendo al punto, frente a esta trascendencia ya ganada en lo empírico, no es indispensable preguntarnos que trascendencia es la que el hombre sigue buscando o pretende consolidar. Parece que simplemente se trata de recuperar tal vez el camino perdido, de revalorar los caminos de humanización que han sido desvirtuados. Es interesante preguntarse esto puesto que la humanidad, en la actualidad refleja una clara pérdida del sentido de la vida y de la trascendencia. Por eso es que la muerte sigue siendo un paso que además de ser inevitable -por obvias razones biológicas-, no se vuelve un elemento de esperanza, que aún ante la incertidumbre haga pleno al hombre en su vida. Hay que cuestionarnos, y no de manera cándida, si la muerte se trata indiscutiblemente de un nuevo cruce, de una nueva frontera decisiva. Que sin duda, confirmarían los aciertos en nuestro camino de humanización y que redimiría en cierta medida a las víctimas que han muerto sin sentido, trabajando azarosamente sin haber comprendido lo más importante, como Jesús le dijo a Marta. Hablamos de personas que han muerto víctimas de las injusticias, de las valoraciones “inhumanas” respecto de “lo humano”.
Por lo tanto, nuestra tarea es restaurar el paraíso, hacerlo realidad. Asegurar de manera paulatina, un camino de humanización que derivado en nuevos modelos de vida y sociedad fomente indiscutiblemente el pleno desarrollo humano. Frente a este panorama no estamos con las manos vacías, tenemos sin duda muchos elementos que ya han sido aportados. Reflexiones que arrojan sin lugar a dudas elementos de los cuales podemos hacer uso. Que nuestra esperanza, si sea porque hay algo que vendrá. Que construyamos el a partir de lo que ya nos ha sido dado y que requiere de nuestra actividad creadora, sobre todo humana y humanizante, que ofrezca a generaciones futuras un sentido lleno de vida, una certeza de las posibilidades contenidas en nuestra mente y corazón, que no termina con la muerte biológica, sino que transforma la realidad y nos pone en pleno ejercicio de la gracia otorgada hace 400.000 años aproximadamente. Y que indudablemente nos capacita no sólo a cuestionarnos nuestro futuro y ya. Sino que ha significado realidades humanizantes que nos siguen mostrando la plastificación de nuestra capacidad.
A este punto me he quedado con la inquietud de completar este trabajo, y he pensado en responder la pregunta de ¿por qué somos humanos? Ó ¿por qué deberíamos de serlo? Con las profundizaciones que vamos constatando en clase. Digo en ese sentido, considero que hay rasgos muy claros a través de los cuales se trasluce nuestra capacidad creadora y humanizante, indudablemente de nuestro entorno. Que revela a lo mejor no la totalidad del por qué somos humanos, pero si nos ofrece una delineación de por qué hasta ahora al menos existen elementos para poder serlo de manera más franca. Esto en plena contraposición con
BIBLIOGRAFÍA.
BARBOTIN, Edmond; “¿Sentido o sinsentido del hombre?”, EUNSA, Navarra, 2002.
CORBELLA, Joseph y CARBONELL, Eudald; “El largo camino de los homínidos hacia la inteligencia”, Península, Barcelona, 2000.
GEVAERT, J; “El problema del hombre”, Sígueme, Salamanca, 1995.
KOSIK, K; “Dialéctica de lo concreto”, Grijalbo, México, 1990.
OCAÑA, Antonio; “Ensayo fenomenológico sobre el trabajo y su valor”, en SCANNONE, Juan Carlos, “Filosofar en situación de indigencia”, UPC, Madrid, 1999.
EUDALD CARBONELL: Lo que nos ha convertido en humanos es la tecnología. Los humanos básicamente fabricamos utensilios, y eso es lo que empezó a hacer aquella gente de hace dos millones y medio de años. Nosotros no estamos sometidos sólo a la selección natural sino también a la selección técnica, y es esta selección técnica la que ha provocado que a lo largo de la historia unos grupos humanos hayan tenido más éxito que otros.
–Pero ¿la selección técnica no es una forma de selección natural? Al fin y al cabo, los humanos somos animales y todo lo que hacemos, aunque sea resolver ecuaciones, lo hacemos porque nuestra biología nos lo permite.
–Pero no es lo mismo. Somos un organismo biológico, de acuerdo. Pero nos diferenciamos de las otras formas de vida en que tenemos una inteligencia operativa muy desarrollada, no sólo una inteligencia natural como la que permite a un gorila comprender su entorno, sino una inteligencia que nos permite fabricar objetos. Y nos diferenciamos también en que hemos entendido que tenemos un tiempo de vida y un espacio donde vivimos. Nosotros somos capaces de cuestionarnos acerca de nuestro origen y nuestro destino, cosa que no hace ningún otro animal. Somos conscientes de que moriremos.
–Y aparte del hecho de ser conscientes de que moriremos, ¿cuáles son los rasgos distintivos de los humanos?
–Por un lado están los estrictamente biológicos, como el bipedismo, la estructura de las manos, con un pulgar que puede oponerse para pinzar, la visión en terrenos abiertos...Pero todas estás características son anteriores a la aparición del género humano. Son el sustrato biológico sobre el que se sustentan las adquisiciones culturales que ya son plenamente humanas: la producción de herramientas, el dominio del fuego, el lenguaje, el arte, la religión...
–Estas adquisiciones culturales, ¿ya las habían hecho los primeros humanos?
–La única de estas adquisiciones que habían hecho los primeros representantes del género Homo era probablemente la producción de herramientas. Las otras aparecen más tarde en la evolución. No hay una Creación en el sentido bíblico que hace que un día aparezcan de repente los humanos con todas las características humanas. Es un proceso lento y gradual que culminó hace unos 400.000 años.
–¿Culminó en qué sentido?
–En el sentido de que en esa fecha se cruza una frontera decisiva. En muy poco tiempo, aparecen las primeras formas de arte, los primeros entierros, la producción del fuego y otras adquisiciones que definen lo que nosotros entendemos por ser humano[1].
¿Crónica de una muerte anunciada? El relato de nuestro nacimiento, ha sido resumido en las anteriores líneas, y queda claro qué fue lo que propició este nacimiento: La tecnología; la fabricación no sólo de objetos sino de aquellas adquisiciones culturales plenamente humanas.
Este hecho tan evidente, supone algo latente. Un paso, una culminación; ¿de qué?, Pregunta Carbonell. Hablamos del cruce de una frontera decisiva. ¿Y qué se decidía? Ó ¿Qué se decidió? El futuro del hombre, su presente, su trascendencia.
Conocemos datos acerca de cómo el ser humano a diferencia de los animales, experimenta una reducción en sus instintos. Situación que lo hace estar en conciencia del tiempo, del lugar donde vive, del propio origen y destino, de la muerte.
¿Existe la posibilidad de que hallamos superado a la muerte? Probablemente estemos en un plano de trascendencia que requiere de su aseguramiento en el día a día.
Hemos pasado como especie del anonimato, a la plena revelación dentro del Reino Animal; hemos muerto a su sometimiento instintivo y hemos trascendido.
Escapamos a la inconsciencia y lo hicimos creando, fabricando, elaborando. La capacidad existe, tenemos una apertura biológica que no es cualquier cosa. Es una gracia; es sin duda un potencial inexplorado.
El esfuerzo utilizado entonces, no podía ser considerado trabajo, ya que, no había tal división. La recolección de frutos silvestres era como una fiesta: se trataba de encontrarse con algo apetitoso y comérselo. Se trataba indudablemente del paraíso. La utopía estaba realizada. La plenitud estaba a flor de piel, todo era creación, la humanización estaba a la puerta. Por supuesto, las vicisitudes de una especie que busca sobrevivir y que lucha contra los enemigos estuvieron presentes, no lo dudamos.
Podríamos pensar que aunque abierto y tal vez indefinido, aquel camino primigenio de humanización daba frutos palpables. Todo se fue haciendo complejo, cada vez más crecimiento, cada vez más conciencia. Aquel homínido ya no lo era, ahora estaba organizado, ahora tenía ya un lugar, un espacio propio donde guarecerse y continuar creciendo: la cultura; entendida como hecho único e inédito donde se funda todo lo que comprende “Lo humano”, como aquello que es propio de ese ser vivo que trascendió lo biológico, como un arma de dos filos –la conciencia-; el conocimiento de ser vivo y de enfrentar una realidad que le era intensa y por lo tanto necesitaba de un plus, que le asegurará su supervivencia a un estilo propio, creando su mundo; un mundo distinto del que había surgido.
La construcción de la cultura requiere sin duda, de nuestro esfuerzo, actividad, de nuestro trabajo. De un “hacer algo”[2] que por tratarse de una acción creadora, construye al hombre y lo humaniza.
¿Qué pasó con la fiesta? ¿Qué paso con el trabajo? ¡La acción creadora!
Sin embargo, la historia revela que la ambición y curiosidad del hombre, desataron el progreso. Una noción que configuró un modo de ser más disciplinado y hasta frívolo de la acción creadora del hombre. Ahora la fiesta ya no estaba en el panorama. La actividad humana transformadora, ya no era en sí algo que humanizara. La historia había tomado rumbos desconocidos, aunque posibilitantes. Recordemos la apertura, el plus ontológico.
En este sentido, la historia deja de ser el espacio de reconocimiento mutuo. Ya no se estaba realizando la tarea del hombre; no se garantizaba un mundo donde se viviese más auténticamente la existencia humana[3]. El progreso se había vuelto esclerotizador de nuestras capacidades generador de nuevos rostros del hombre: El poder sobre otros, el dominio de la riqueza, las diferencias culturales, o sea, la diversidad y pluralidad que nuestras sociedades viven, ante las cuales muchas veces el hombre ha experimentado impotencia e incertidumbre.
El trabajo convertido en esfuerzo estéril que sabe a sudor y cansancio. La fiesta y el juego, que en otro momento habían sido principio de la civilización, en virtud de que su desarrollo ofrecía la cobertura de las necesidades humanas. Ahora, eran nostalgia y cansancio, un remedo de la necesidad, felizmente desconectado de ella.
¿Una disyuntiva?, ¡Una historia! Marta y María, que reciben a Jesús en su casa (Lucas 10, 38–42) Marta se dedica a atenderlo y María a escucharlo, hasta que Marta se impacienta: ¿Te parece bien que me deje todo el trabajo? Dile que me ayude. -La respuesta ha servido para legitimar la vida contemplativa-: Marta, Marta, te ocupas y preocupas de mil cosas, pero una sola es necesaria, la que tu hermana prefirió. Unas páginas después (Lucas 12, 24), Jesús pone como ejemplo de perfección, no al labrador que se gana el pan con el sudor de su frente, sino a los cuervos que ni siembran, ni cosechan, ni guardan para el día de mañana, pero Dios les da de comer. Una sola cosa es necesaria: La fiesta, no los preparativos para ella. ¿Entonces ya no hay que realizar cosas prácticas? ¿Se justifica que algunos tengan derecho a olvidarlas y aprovecharse del trabajo de otros?
El progreso hizo del trabajo una degradación, y lo ha cubierto de valoraciones en todos los sentidos excepto el más importante: la producción de algo valioso (Lo humano)
Todo ha sido construir paraísos artificiales, donde el juego es trabajo y simulacro de felicidad y distracción.
Cuando el homínido creaba y forjaba su historia de humanización, era feliz produciendo, transformaba su necesidad en libertad de hacerlo; en el paraíso no hay nostalgia del paraíso. Cuando se tiene lo que ya no se espera, se tiene todo lo necesario, no se engendra la espera. Los homínidos en su apertura no preveían, no esperaban, sólo construían. Indudablemente que es vital que el hombre continúe haciendo y rehaciendo, que permanezca creando modelos de humanidad y en todo caso, creando el lugar ulterior, la realidad plenamente humana.
Si el camino es amplio. ¿Por qué insistimos en recorrer sólo una pequeña porción de él? Explorar el camino nos pone de frente a la pérdida, a lo adverso del recorrido, a nuestra libertad. La utopía ha vuelto a ser el lugar que hay que construir, la esperanza nos acompaña, es nuestra guía.
Las tribus recolectoras, en la época primitiva, y en el caso mexicano; algunas comunidades indígenas todavía en la actualidad; no trabajan: conversan, se relacionan mientras cultivan o cosechan por la milpa; no trabajan: juegan, mientras andan de cacería o de pesca. Viven de otro modo, para ellos es normal; el trabajo los construye, quienes no trabaja no crecen; no es como en el capitalismo, una pausa, una distracción o suspensión de la vida cotidiana. Pero la amenaza ha llegado, pues la valoración que ellos hacen del trabajo, no les da de comer, no satisface sus necesidades. ¿Cómo seguir viviendo en plenitud y trascendencia, si el nivel más básico de la estructura humana (lo orgánico) no está satisfecho?
¿Qué paraíso se tiene que construir? ¿El de la vida activa y contemplativa al mismo tiempo?
Resulta indispensable no soslayar los imperativos de la necesidad, no subordinarlos al progreso voraz e inhumano. Al parecer, se requiere que creación, juego, comunión y libertad no sean conceptos lejanos; que el paraíso sea creador y transformador de nosotros mismos. Que frente a la alteridad podamos ejercer un diálogo fecundo que en última instancia genere un encuentro significativo que hable de la experiencia humana como un vasto mosaico que refleja un conocimiento común. Por lo tanto, la cultura tendría que ser no sólo un dato aglutinador y de referencia, sobre el origen y certeza, de que las diferencias entre los humanos de distintos ambientes son accidentes realmente y no la esencia. Sino sobre todo el “configurador” de “lo humano” por excelencia[4].
Volvamos al inicio del texto y observemos que paso con nuestro planteamiento inicial. ¿Qué se decidía? Ó ¿Qué se decidió, en el paso o culminación de que hablan Eudald Carbonell y Josep Corbella?
Parece, que según lo expuesto, el mismo hecho biológico que hizo del hombre saltar a la humanidad, es un acontecimiento de trascendencia en sí, y que al principio se fue fortaleciendo a través de la cultura. El ambiente artificial que el mismo hombre fue configurando con su actividad creadora y transformadora de la realidad interna y externa. Hablamos de una actividad creadora con una amplitud tremenda, que ofrece millones de posibilidades, sin embargo, también ofrece grandes riesgos de indefinición o margen de error. Pero volviendo al punto, frente a esta trascendencia ya ganada en lo empírico, no es indispensable preguntarnos que trascendencia es la que el hombre sigue buscando o pretende consolidar. Parece que simplemente se trata de recuperar tal vez el camino perdido, de revalorar los caminos de humanización que han sido desvirtuados. Es interesante preguntarse esto puesto que la humanidad, en la actualidad refleja una clara pérdida del sentido de la vida y de la trascendencia. Por eso es que la muerte sigue siendo un paso que además de ser inevitable -por obvias razones biológicas-, no se vuelve un elemento de esperanza, que aún ante la incertidumbre haga pleno al hombre en su vida. Hay que cuestionarnos, y no de manera cándida, si la muerte se trata indiscutiblemente de un nuevo cruce, de una nueva frontera decisiva. Que sin duda, confirmarían los aciertos en nuestro camino de humanización y que redimiría en cierta medida a las víctimas que han muerto sin sentido, trabajando azarosamente sin haber comprendido lo más importante, como Jesús le dijo a Marta. Hablamos de personas que han muerto víctimas de las injusticias, de las valoraciones “inhumanas” respecto de “lo humano”.
Por lo tanto, nuestra tarea es restaurar el paraíso, hacerlo realidad. Asegurar de manera paulatina, un camino de humanización que derivado en nuevos modelos de vida y sociedad fomente indiscutiblemente el pleno desarrollo humano. Frente a este panorama no estamos con las manos vacías, tenemos sin duda muchos elementos que ya han sido aportados. Reflexiones que arrojan sin lugar a dudas elementos de los cuales podemos hacer uso. Que nuestra esperanza, si sea porque hay algo que vendrá. Que construyamos el a partir de lo que ya nos ha sido dado y que requiere de nuestra actividad creadora, sobre todo humana y humanizante, que ofrezca a generaciones futuras un sentido lleno de vida, una certeza de las posibilidades contenidas en nuestra mente y corazón, que no termina con la muerte biológica, sino que transforma la realidad y nos pone en pleno ejercicio de la gracia otorgada hace 400.000 años aproximadamente. Y que indudablemente nos capacita no sólo a cuestionarnos nuestro futuro y ya. Sino que ha significado realidades humanizantes que nos siguen mostrando la plastificación de nuestra capacidad.
A este punto me he quedado con la inquietud de completar este trabajo, y he pensado en responder la pregunta de ¿por qué somos humanos? Ó ¿por qué deberíamos de serlo? Con las profundizaciones que vamos constatando en clase. Digo en ese sentido, considero que hay rasgos muy claros a través de los cuales se trasluce nuestra capacidad creadora y humanizante, indudablemente de nuestro entorno. Que revela a lo mejor no la totalidad del por qué somos humanos, pero si nos ofrece una delineación de por qué hasta ahora al menos existen elementos para poder serlo de manera más franca. Esto en plena contraposición con
BIBLIOGRAFÍA.
BARBOTIN, Edmond; “¿Sentido o sinsentido del hombre?”, EUNSA, Navarra, 2002.
CORBELLA, Joseph y CARBONELL, Eudald; “El largo camino de los homínidos hacia la inteligencia”, Península, Barcelona, 2000.
GEVAERT, J; “El problema del hombre”, Sígueme, Salamanca, 1995.
KOSIK, K; “Dialéctica de lo concreto”, Grijalbo, México, 1990.
OCAÑA, Antonio; “Ensayo fenomenológico sobre el trabajo y su valor”, en SCANNONE, Juan Carlos, “Filosofar en situación de indigencia”, UPC, Madrid, 1999.
CITAS
[1] CORBELLA, Joseph y CARBONELL, Eudald; “El largo camino de los homínidos hacia la inteligencia”, Península, Barcelona, 2000, pp. 59-67.
[2] OCAÑA, Antonio; “Ensayo fenomenológico sobre el trabajo y su valor”, en SCANNONE, Juan Carlos, “Filosofar en situación de indigencia”, UPC, Madrid, 1999, p. 204.
[3] GEVAERT, J; “El problema del hombre”, Sígueme, Salamanca, 1995, pp. 253-262.
[4] BARBOTIN, Edmond; “¿Sentido o sinsentido del hombre?”, EUNSA, Navarra, 2002, pp. 164-173.
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