domingo, marzo 30

Posmodernidad y cristianismo

El proyecto de la modernidad que se había convertido en el garante de toda una época y que legitimaba el status quo que mantenía todo dentro de un perfecto orden. Entra en una transición que no es posible explicar desde una sola perspectiva. Pero que según el filósofo francés Jean-François Lyotard, uno de los pioneros en la consideración de la posmodernidad, dice que esa palabra “designa el estado de la cultura después de las transformaciones que han afectado a las reglas de juego de la ciencia, de la literatura y de las artes a partir del siglo XIX.”[1] Y agrega: “Simplificando al máximo, se tiene por ‘posmoderna’, a la incredulidad con respecto a los metarrelatos.”[2] De manera que nos enfrentamos a una crítica al poder de la razón para explicar toda la realidad. Que representa un cuestionamiento a los discursos totalizadores, omnicomprensivos, interpretadores del hombre, del mundo y de la realidad. A este respecto, comenta José María Mardones:
“[...] es la reticencia frente a la razón en cuanto poseedora de un saber “fuerte”. Ofrece una gran proclividad hacia los conocimientos “débiles”, tentativos, plurales, que avanzan, vía negativa, desconstruyendo, mostrando las debilidades de las pretendidas teorías firmes. El pluralismo, el fragmento y la diferencia son formas queridas de este talante.”[3]

En tal sentido es posible afirmar que la transición que significa el postmodernismo esta caracterizado por una desmitificación de aquellos grandes relatos que ofrecían un sentido total y último sobre la verdad y la realidad. Y cuando nos referimos a los grandes relatos, es imposible no hacer alusión al más antiguo relato legitimador de la realidad. Es decir, el discurso teológico cristiano que se ha erigido como un relato con carácter autosuficiente que no tiene en cuenta otras ciencias humanas que interpretan la realidad. Y que rompe con la postura postmoderna que al contrario, lo que pretende es dar cabida a la pluralidad de interpretaciones. Ante esto veamos que opina Mardones refiriéndose a la crisis de la razón, que él denomina como “una razón fragmentada”:
“De ahora en adelante, cada vez que nos refiramos a la razón, habrá que preguntar más bien a qué dimensión de la razón o racionalidad nos estamos remitiendo. La razón, en cuanto un todo único, sólo tiene justificación como un símbolo abstracto que cada vez encuentra menos apoyo en la realidad histórica, social, cultural, en la que opera activamente. [...] no sólo la razón en cuanto lugar integrado de la racionalidad es insostenible, sino que las visiones integradas, totalizantes, de la realidad parecen imposibles. Porque desde qué esfera o forma de racionalidad há sido construida tal visión? Si cada una de las esferas posee su propia lógica, parece claro que no será igual la realidad vista desde el nivel científico que desde el práctico-moral o el estético. La razón moderna diferenciada es una razón fragmentada.”[4]

Bien sabemos que la teología y por ende el pensamiento cristiano han tomado ideas, conceptos y paradigmas de las diferentes corrientes filosóficas. De modo que es posible preguntarnos hasta que punto tal relato ha sido marcado por el racionalismo al que ahora parece reaccionar la Postmodernidad. Y a ese respecto hasta qué punto el relato cristiano de la Iglesia Católica se constituye como relato incuestionable. Pues de ello depende la continuidad de su validez y verdad como representación del mundo y de la realidad. En términos postmodernos como un relato más entre la pluralidad de ellos.
Parece entonces que el primer desafío que la Iglesia tiene que afrontar versa en torno a su capacidad de apertura a nuevos relatos, así como a la capacidad de ya no reconocerse como el último y total relato que habla de las cuestiones clave del cristianismo, a saber, Dios, Cristo y la Iglesia. De manera que en este reconocimiento sea posible entonces replantear una nueva clase de narrativa cristiana que favorezca que el “pueblo fiel” sea capaz de comprometerse en un mundo postmoderno. Por otro lado, que sea posible hablar de un cristianismo que al perder toda pretensión universalista y absoluta sea capaz de una relativización propia, así como de sus mediaciones, de modo que sea viable expresar su fe en otros moldes culturales. Desabsolutizando las propias concepciones o visiones para enriquecerse con otras.
Y por último, el desafío que está delante de nosotros es el de encarnar las concepciones cristianas en una comunidad. Es decir que ya no se dé un desfase entre lo que se formula como representación de la realidad y lo que vive el hombre.
Y, sobre todo tener clara la comprensión de Cristo y de la salvación que se posee, ya que en ello se moldea uno mismo y la propia comunidad dentro de un tipo de discurso que será sin duda confrontado con aquellos para quienes Cristo es completamente irrelevante. Concluyendo, tendremos que decir que en estos tiempos posmodernos, caracterizados por la renuncia a discursos totalizadores (como pretende ser la fe cristiana), el fuerte énfasis en la experiencia religiosa, el pragmatismo y el pluralismo. El último reto y primer punto de partida será encarnar la fe en Cristo en el mundo posmoderno. Buscando en ello encarnar una vida cristiana arraigada en convicciones irrenunciables, pero al mismo tiempo que no deriven ni en facilismo ni en fanatismo.
[1] Jean-François Lyotard, La condición posmoderna, trad. Mariano Antolín Rato, Buenos
Aires: Planeta-Agostini, 1993, p. 9.
[2] Ibíd., p. 10.
[3] José María Mardones, El desafío de la postmodernidad al Cristianismo, Santander: São
Terrae, 1988, p. 23.
[4] José María Mardones, Postmodernidad y cristianismo. El desafío del fragmento, 2da.
Edición, Santander: Sal Terrae, 1988, pp. 24-25

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