viernes, marzo 14

El sentido de la vida y el misterio



¿Quién soy yo? Esta pregunta ha sido formulada por el hombre a partir de la conciencia de sí mismo; de haberse comprendido dentro de un espacio y tiempo; de saberse en relación con otros como él. Así, el hombre se sitúa de frente a la realidad del mundo que le rodea y lo interpela.

“Somos un organismo biológico, de acuerdo. Pero nos diferenciamos de las otras formas de vida en que tenemos una inteligencia operativa muy desarrollada...nos diferenciamos también en que hemos entendido que tenemos un tiempo de vida y un espacio donde vivimos. Nosotros somos capaces de cuestionarnos acerca de nuestro origen y nuestro destino, cosa que no hace ningún otro animal. Somos conscientes de que moriremos”[1]

La diferencia a que hacen referencia Corbella y Carbonell en las líneas anteriores, se trata de la condición estructural del hombre, que le ha permitido ser consciente y con una apertura, a diferencia de otros seres vivos. Esta apertura que también se le conoce como el plus ontológico[2], ha consentido que el hombre desarrolle la capacidad creadora de sí mismo y de su ambiente. Con todo, el hombre al cuestionarse por su origen y destino, se tropieza con el misterio de su muerte, con la finitud como algo ineludible. Por lo tanto, tras haber descubierto su existencia, su apertura, su ser en el mundo; la muerte lo hace entrar en contradicción, ¿Ser, para no ser definitivamente?
No obstante, su historicidad le muestra la negación a dicha contradicción. Pues, a pesar de que el individuo concreto muere, pugna por algo más allá de cualquier conquista, fin particular o finito; debido a que el hombre existe en la búsqueda de un porvenir definitivo, que rebasando la finitud lo sitúe en lo absoluto. Esto en orden de ser y comprometer en ello, todas las actividades específicas y propias de él. Y a pesar de que no se trata de una respuesta a la finitud, para el hombre es una explicación que lo aquieta frente a la inquietud y zozobra que trae la muerte. En este sentido, M. Blondel, arguye lo siguiente en referencia con su dinamismo de la acción humana:

“...descubre el filósofo francés que el hombre va más allá del objeto inmediatamente querido. La tendencia radical (<>) lo lanza allende a todas sus conquistas y adquisiciones (<>) y lo coloca frente al Bien absoluto por el que opta necesariamente. En ello cumple su sentido y aquieta su inquietud”[3]

Por lo tanto; el hombre busca un sentido a la vida frente a la conciencia de su finitud (muerte), ante la incógnita de la muerte, la cual se revela como misterio.
Para hablar del misterio hay que referirnos a la definición que se hace de dicha palabra, para comprender el lugar del misterio en esa búsqueda de sentido.
El misterio se define en tres vertientes que tienen puntos de encuentro, veamos. La primera, como artículo indemostrable, por lo tanto incomprensible en un sentido determinado; también, se comprende como un problema que se considera insoluble, cuya solución es atribuida al dominio religioso o místico; y por último, como un problema cualquiera de difícil o no inmediata solución.[4]
Frente a esta delimitación del término misterio encontramos una primera convergencia. Se trata de un problema; entendiendo a su vez éste como “toda situación que incluye la posibilidad de una alternativa”[5]. A partir de ello, recapitulemos.
El misterio es una situación que incluye la posibilidad de una alternativa, que se muestra como incomprensible en sentido indeterminado o al menos de difícil o no inmediata solución. Ahora bien, ésta posible alternativa indefinida, supera el fin que la muerte significa, apelando en este caso al Absoluto, a lo trascendente, que se la ha atribuido al dominio religioso, como veíamos en nuestra definición de misterio. Por lo tanto, el sentido de la vida tendrá necesariamente que estar puesto en lo absoluto e infinito, en aquello que de verdad sea alternativa ante la existencia momentánea que el hombre posee y que resulta ineludible.
Frente a esta constatación, nuestra pregunta ¿Ser, para no ser definitivamente?, toma sentido; deja de ser contradicción y se convierte en posibilidad. ¿Quién soy yo? Soy un ser consciente de un entorno, que es capaz de relacionarse con otros en el mundo, que esta determinado dentro de un tiempo y espacio, por lo tanto con una existencia finita (que muere); con una estructura biológica que permite el desarrollo propio de la capacidad creadora, una apertura a la realidad, cuyo sentido de la vida rebasa los límites; un ser que trasciende la propia existencia.
[1] CORBELLA, Joseph y CARBONELL, Eudald; “El largo camino de los homínidos hacia la inteligencia”, Península, Barcelona, 2000, pp. 59-60.
[2] LUCAS, Juan de Sahún; “Las dimensiones del hombre”, Sígueme, Salamanca, 1996, p. 160.
[3] Ibídem. p. 228.
[4] Al respecto véase “Misterio” en ABBAGNANO, Nicola; “Diccionario de Filosofía”, Fondo de Cultura Económica, México, 2004, p. 721.
[5] Ibídem. p. 856.

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